jueves, 28 de octubre de 2010

SUSURROS

A la salida del subte, a la salida de ese caldo espeso y húmedo en que los militantes de juventud habían convertido ese ámbito cerrado con consignas cantadas y emociones encontradas reflejadas en ojos rojos, una Avenida de Mayo muda recibe a un grupo de jóvenes llegados desde La Plata. Un silencio gutural e inexplicable: había miles de personas que deambulaban casi por inercia. Pero hay algo. Un sonido, o una canción que viene de los árboles. Tan poético pero tan cierto que se siente en la panza. La fricción del viento con las hojas recientemente verdes de los árboles devuelven ese rumor, ese susurro inconfundible de la naturaleza.


Todo parece pasar en cámara lenta. Casi onírico. Los vendedores de chucherías nos devuelven a la realidad…o hacen más inverosímil la escena. Nico, que ya estaba en la plaza, los recibe con un beso y un abrazo fuerte a cada uno. Nico está hecho mierda. Está desencajado. Los ojos saltones, rojos, corroídos por tanta lágrima. Es una imagen, esa de los ojos rojos, que se repetirá por miles.

No se habla mientras se camina hacia la plaza. El rumor del viento con los árboles acompaña. A medida que la plaza queda más cerca, otro murmullo comienza a invadir el espacio inabarcable. Se juntan 2 0 3 agrupaciones, se despliegan las banderas y se forma una columna de 200 personas. 200 jóvenes que, a 2 cuadras de la plaza, empiezan a aplaudir. A cantar consignas políticas. Es una retroalimentación: las personas, en general mayores, que estaban en las adyacencias se van abriendo para dejar paso a esa columna; la reciben con aplausos que fogonean los cantos de los pibes, que se sienten acompañados. Hay química militante.

Entonces, de frente a la plaza, la iconografía es otra. Es una iconografía peronista. Kirchnerista. Está llena la plaza de las Madres y de la Abuelas. Hay banderas, hay bombos, hay cantos. Hay liturgia. Hay ojos rojos. Muchos. Cientos. Miles.

La escena tiene un ritmo espasmódico. Por momentos, el frenesí militante, la alegría de militar la política, se frena. Hay sosiego. Y ahí aparecen los ojos rojos.
Es que el tipo era esencialmente un militante. También un líder. Y un conductor. Pero, básicamente, un militante.

Dicen que la política pasa por el cuerpo. Dicen, entonces, que algunos engordan haciendo “política”. Otros, sin embargo, le ponen el cuerpo. Lo ponen a disposición. La política les pasa por el cuerpo. Y, a veces, el cuerpo (esa maldita perfección con fecha de vencimiento) no es capaz de aguantar la autoexigencia militante: los mandatos de la convicción, la pulsión del espíritu, la certeza de la responsabilidad. A veces, el cuerpo no es capaz de aguantar.

Las consignas que se cantan en esa espiral contradictoria en que se convirtió esta gran escena, son políticas. Son “los soldados del pingüino”, “a pesar de la bombas y los fusilamientos (…) no nos han vencido”. Suena un hit: “Andate Cobos, la puta que te parió”. “Néstor, mi buen amigo, esta campaña volveremo´a estar contigo, militaremos de sol a sol…”. La Marcha.

No podía ser de otra manera. Es que muchos de los que están en la plaza, y la mayoría de los que arengan, cantan y lloran casi al mismo tiempo, son jóvenes. Son esa juventud que es el principal emergente del kirchnerismo que no estaba politizado antes del 2003. Hay una pancarta, entre las miles y miles que se atiborran, pegada allá en las vallas que rodean la Casa Rosada: “Néstor, tu mayor legado a la Juventud es la Militancia: volvimos a creer que un país mejor es posible”.

Son los pibes, es la Juventud, los que recogen el mayor legado. Ahí hay una relación profunda, de lealtad…de amor. Por eso las consignas identitarias, cantadas con el alma y con convencimiento, se mezclan con otras en donde se cataliza la bronca por lo inexplicable (la puteada a Cobos). Y en medio de eso, el llanto. En medio de eso aparecen esos segundos donde la realidad irrefutable golpea. Ese instante en el cual se zarandean en la mente las imágenes y los sonidos disparados por la TV, por el Facebook y por el Twitter, consumidos hace un rato o en tiempo real y que son una mochila emocional.

Sentados en el cordón están el padre, la madre y dos hijos. Los mayores no tienen más de 30 años, los nenes son casi bebes. Lloran todos: los papás por el dolor, los nenes por el cansancio. Una señora, de unos 70 años, lee las pancartas y banderas ofrendadas sobre la valla y se emociona: “Si eso es verdad, entonces su vida valió la pena”, sentencia en relación a la consigna del legado para la Juventud. Un pibe, barba prolijamente descuidada y pelo largo, que hace 10 segundas saltaba y vociferaba la marcha peronista, ahora tiene la mirada perdida allá, en la nada. Los ojos rojos. Entre las sábanas (esas banderas inmensas), como surcando pasillos laberínticos, salen desde el epicentro (la pirámide de Mayo, donde se erige una escultura inflable gigante de Evita) señoras bien que no paran de mojar pañuelos de papel.

El movimiento Evita viene entrando. Es una columna inmensa. La antecede una furgoneta con varios parlantes sobre el techo. Como en el mar, las oleadas de cantos van chocando: desde el epicentro, allá donde está la Evita gigante, hacia la periferia, en la calle. Es un caos de alegría militante mezclada con una tristeza envolvente. De repente las ondas expansivas se unen en una gran ola: el himno nacional suena en los parlantes. Nadie habla. Los dedos en V bien altos. Se escucha la introducción en un silencio sagrado. Entonces, aparece ese nuevo rumor, ese susurro mágico. Tan poético como real: es el roce del viento, ahora con las banderas. Allá en lo alto, donde las cañas depositan la simbología popular, las caras de la historia, las consignas de ayer y de hoy. Ahí arriba flamean las banderas y, mientras se escucha el tibio sonido del himno nacional, devuelven esa sinfonía maravillosa: la tela depositaria de la identidad y el roce maravilloso con la naturaleza. Es una alegoría para sublimar la ausencia. Al menos por un rato.

3 comentarios:

lucy in the sky dijo...

Qué buen post!
Ayer, mientras caminaba por la plaza redactaba mentalmente frases similares de esperanzas encontradas, de ideales a flor de piel. Luego las fui olvidando, el no poder salir de un estado de shock influía notablemente.
Gracias por relatar lo que algunos atónitos todavia no podemos.

Juan Griss dijo...

Una crónica excelente de lo que vivimos allá...

Gracias por ponerlo en palabras y recordar esas imágenes mentales tan turbadas por el choque de emociones...

Aquiles Brinco dijo...

Puta madre gonza, zarpado... ahí estuvimos paseando... sintiendo tooodo eso... genial