sábado, 21 de abril de 2012

YPF: identidad y sintonía fina


“Para actuar políticamente, las personas necesitan ser capaces de identificarse con una identidad colectiva que les brinde una idea de sí mismas que puedan valorizar. El discurso político debe ofrecer no sólo políticas, sino también identidades que puedan ayudar a las personas a dar sentido a lo que están experimentando y, a la vez, esperanza en el futuro”.
Chantal Mouffe

¿Qué rol tiene la dimensión afectiva en la construcción de las identidades colectivas en la democracia moderna? Según la mirada liberal racionalista, esa dimensión sería apenas una construcción “populista” (aquí el concepto utilizado en los términos de incomprensión, ignorancia y desprecio con que lo tamiza el liberalismo) pletórica de demagogia, funcional a los intereses egoístas y corruptos de acumulación de poder para destrozar el diálogo y la construcción de una democracia “dialógica” a través del “consenso”.

Sin embargo, esa mirada y esa praxis asépticas que configuran el enfoque pospolítico, en la Argentina de hoy están siendo enfrentadas fuertemente desde la política. Precisamente, desde el kirchnerismo.

Alrededor del mundo los think tank liberales vienen advirtiendo sobre el peligro de la dimensión antagónica en lo político, y atacan con fruición las vinculaciones entre lo afectivo y lo político ya que esa fusión sería una daga clavada en el corazón del consenso, en tanto Santo Grial de la política. Como contrapartida, la experiencia histórica los desmiente: lejos de amenazar la democracia, la confrontación agonista es la condición misma de su existencia.

El proyecto de expropiación de YPF que el Poder Ejecutivo envió al Senado de la Nación es una nueva muestra no ya de la trillada supremacía política del kirchnerismo sobre el archipiélago de oposiciones (las deshilachadas expresiones partidarias que, atomizadas, pueblan las minorías en el Congreso, y los Cruzados que defienden la economía concentrada en los medios); sino que se convierte en una demostración fulminante que ilumina este tiempo histórico, el inaugurado el 23 de octubre del año pasado: la reconstrucción política e institucional de Estado para la profundización del modelo nacional popular. Sintonía Fina. Es el desarme del Estado neoliberal a partir de “la política” (las prácticas e instituciones que ordenan) y, por supuesto, desde “lo político” (la dimensión antagónica constitutiva de las sociedades). Y eso, la política en tanto herramienta para la transformación, expresada en los dedos en V en alto como símbolo, genera identidad y compromiso.

Por eso, la cara de Axel Kicillof convertida en afiches ocupa millones de muros en Facebook, luego de su exposición en el Senado (junto a Julio De Vido, ni más ni menos) para defender el proyecto de expropiación: la vehemencia y el arsenal de recursos técnicos y políticos con los que el “judío marxista” (dixit Carlos Pagni, en La Nación) solidificó su presentación, en la que defendió la política económica más importante del ciclo kirchnerista, no es otra cosa que un llamado a la militancia y al compromiso con un proyecto soberano e inclusivo; por eso, YPF es Trending Topic en Twitter desde hace una semana: la mayoría a favor, otros en contra; pero al fin, es lo político habitando todos los espacios de debate. Y eso, queridos amigos, es cultural. Es, básicamente, el comienzo del fin del neoliberalismo cultural.

La onda no es negar los conflictos, sino proporcionar las instituciones democráticas que les permitan ser expresados de modo adversarial. “Tal confrontación debería proporcionar formas de identificación colectivas lo suficientemente fuertes como para movilizar pasiones políticas. El peligro es que la confrontación democrática sea entonces reemplazada por una confrontación entre formas esencialistas de identificación o valores morales no negociables”, afirma la politóloga Chantal Mouffe.            El kirchnerismo sigue buscando en lo político y en la política el alimento para la construcción de un modelo de país. Del otro lado, apenas se escuchan tibios lugares comunes revestidos de moralina de almacén. Por eso, las más jóvenes y los padres de esos jóvenes se entusiasman con la Presidenta, estableciendo un lazo afectivo; por esa misma razón, Elisa Carrió por ejemplo, dilapidó todo su capital político en apenas 4 años deambulando por los canales vaticinando Apocalipsis varios.

La identificación, entonces, se construye en dos dimensiones. Tenemos la seducción ideológica, la vehemencia y las convicciones, que acompañan y embellecen lo más duro: lo macroeconómico, los números. En ese sentido, podemos destacar (en orden cronológico): el NO al ALCA y el impulso a la integración regional, la quita a la deuda y la salida del FMI, la batalla por la 125, la estatización de las AFJP, la ley de medios, la nueva Carta Orgánica del Banco Central. Esas son medidas centrales del ciclo de gobierno kirchnerista: todas son medidas básicamente económicas, pero no principalmente económicas porque, con cada una de esas decisiones, lo que se buscaba era soberanía política. Con cada una de esas decisiones, se construía un nosotros cuyo trasfondo era una visión global del país, un modelo, un proyecto inclusivo. Un nosotros que, sin eliminar los conflictos, pretende contener las demandas de 40 millones de tipos y tipas.

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