“Para actuar
políticamente, las personas necesitan ser capaces de identificarse con una
identidad colectiva que les brinde una idea de sí mismas que puedan valorizar.
El discurso político debe ofrecer no sólo políticas, sino también identidades
que puedan ayudar a las personas a dar sentido a lo que están experimentando y,
a la vez, esperanza en el futuro”.
Chantal Mouffe
¿Qué rol
tiene la dimensión afectiva en la construcción de las identidades colectivas en
la democracia moderna? Según la mirada liberal racionalista, esa dimensión sería
apenas una construcción “populista” (aquí el concepto utilizado en los términos
de incomprensión, ignorancia y desprecio con que lo tamiza el liberalismo)
pletórica de demagogia, funcional a los intereses egoístas y corruptos de
acumulación de poder para destrozar el diálogo y la construcción de una
democracia “dialógica” a través del “consenso”.
Sin embargo,
esa mirada y esa praxis asépticas que configuran el enfoque pospolítico, en la
Argentina de hoy están siendo enfrentadas fuertemente desde la política. Precisamente,
desde el kirchnerismo.
Alrededor
del mundo los think tank liberales
vienen advirtiendo sobre el peligro de la dimensión antagónica en lo político,
y atacan con fruición las vinculaciones entre lo afectivo y lo político ya que
esa fusión sería una daga clavada en el corazón del consenso, en tanto Santo
Grial de la política. Como contrapartida, la experiencia histórica los
desmiente: lejos de amenazar la democracia, la confrontación agonista es la
condición misma de su existencia.
El proyecto
de expropiación de YPF que el Poder Ejecutivo envió al Senado de la Nación es
una nueva muestra no ya de la trillada supremacía política del kirchnerismo
sobre el archipiélago de oposiciones (las deshilachadas expresiones partidarias
que, atomizadas, pueblan las minorías en el Congreso, y los Cruzados que
defienden la economía concentrada en los medios); sino que se convierte en una
demostración fulminante que ilumina este tiempo histórico, el inaugurado el 23
de octubre del año pasado: la reconstrucción política e institucional de Estado
para la profundización del modelo nacional popular. Sintonía Fina. Es el
desarme del Estado neoliberal a partir de “la política” (las prácticas e
instituciones que ordenan) y, por supuesto, desde “lo político” (la dimensión
antagónica constitutiva de las sociedades). Y eso, la política en tanto
herramienta para la transformación, expresada en los dedos en V en alto como
símbolo, genera identidad y compromiso.
Por eso, la
cara de Axel Kicillof convertida en afiches ocupa millones de muros en Facebook,
luego de su exposición en el Senado (junto a Julio De Vido, ni más ni menos)
para defender el proyecto de expropiación: la vehemencia y el arsenal de
recursos técnicos y políticos con los que el “judío marxista” (dixit Carlos
Pagni, en La Nación) solidificó su presentación, en la que defendió la política
económica más importante del ciclo kirchnerista, no es otra cosa que un llamado
a la militancia y al compromiso con un proyecto soberano e inclusivo; por eso,
YPF es Trending Topic en Twitter
desde hace una semana: la mayoría a favor, otros en contra; pero al fin, es lo
político habitando todos los espacios de debate. Y eso, queridos amigos, es cultural.
Es, básicamente, el comienzo del fin del neoliberalismo cultural.
La onda no
es negar los conflictos, sino proporcionar las instituciones democráticas que
les permitan ser expresados de modo adversarial. “Tal confrontación debería
proporcionar formas de identificación colectivas lo suficientemente fuertes
como para movilizar pasiones políticas. El peligro es que la confrontación
democrática sea entonces reemplazada por una confrontación entre formas
esencialistas de identificación o valores morales no negociables”, afirma la
politóloga Chantal Mouffe. El
kirchnerismo sigue buscando en lo político y en la política el alimento para la
construcción de un modelo de país. Del otro lado, apenas se escuchan tibios
lugares comunes revestidos de moralina de almacén. Por eso, las más jóvenes y
los padres de esos jóvenes se entusiasman con la Presidenta, estableciendo un
lazo afectivo; por esa misma razón, Elisa Carrió por ejemplo, dilapidó todo su
capital político en apenas 4 años deambulando por los canales vaticinando
Apocalipsis varios.
La
identificación, entonces, se construye en dos dimensiones. Tenemos la seducción
ideológica, la vehemencia y las convicciones, que acompañan y embellecen lo más
duro: lo macroeconómico, los números. En ese sentido, podemos destacar (en
orden cronológico): el NO al ALCA y el impulso a la integración regional, la
quita a la deuda y la salida del FMI, la batalla por la 125, la estatización de
las AFJP, la ley de medios, la nueva Carta Orgánica del Banco Central. Esas son
medidas centrales del ciclo de gobierno kirchnerista: todas son medidas
básicamente económicas, pero no principalmente económicas porque, con cada una
de esas decisiones, lo que se buscaba era soberanía política. Con cada una de
esas decisiones, se construía un nosotros cuyo trasfondo era una visión global
del país, un modelo, un proyecto inclusivo. Un nosotros que, sin eliminar los
conflictos, pretende contener las demandas de 40 millones de tipos y tipas.
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