Adolfo Rocasalbas
Era el mediodía del martes 25 de septiembre de ese tormentoso 1973. Aún no se
habían escabullido los ecos de la jornada electoral del 23 y vibraba el
categórico triunfo que consagró por tercera vez presidente de la Nación a Juan
Domingo Perón.
Pasado apenas aquel mediodía, otros 23 certeros balazos de
grueso calibre asesinaron a José Ignacio Rucci, titular de la CGT y eje
sostenedor del proyecto más ambicioso lanzado por Perón: el denominado Pacto
Social entre gobierno, empresas y trabajadores.
Ese fue el instrumento
elegido por el General para que obreros y patrones, con la garantía e
intervención del Estado, se comprometieran a avalar y sostener la paz social
para posibilitar el despegue económico nacional y abandonar de manera definitiva
-al decir del propio Perón- "la dependencia e injusticia social".
Rucci fue
uno de los principales exponentes e impulsores de la tercera candidatura
presidencial del líder de los trabajadores. También se constituyó en el
pivote obrero del Pacto Social y en el hacedor de la recuperación de la
iniciativa política de la rama sindical del movimiento peronista en aquellos
difíciles tiempos.
Había nacido el 15 de marzo de 1924 en la ciudad
santafesina de Alcorta, comenzó a formarse como sindicalista en 1946 -pavada de
año- y, muy pronto, formó parte del prototipo de la generación que desplazó a la
antigua vanguardia gremial a partir del golpe contrarrevolucionario de
septiembre de 1955. Su máximo exponente fue entonces el metalúrgico Augusto
Timoteo "El Lobo" Vandor. Rucci fue uno de sus colaboradores en los años
posteriores a aquella asonada castrense probritánica y yanqui.
Su infancia y
adolescencia se reflejaron en Rosario. Las necesidades y angustias familiares lo
obligaron a abandonar los estudios secundarios en el tercer año y, a los 18, en
1942, decidió viajar a Buenos Aires en un camión distribuidor de diarios y sin
mucho más equipaje que la ropa que llevaba. Trabajó de lavacopas en una
confitería del barrio porteño de Flores -donde iba a morir- y deambuló dos años
por diversos empleos. En 1944 ingresó como operario en una fábrica metalúrgica,
participó de forma activa en la gloriosa jornada del 17 de Octubre de 1945 -que
partió en dos la historia argentina- y, un año después, inició su militancia
gremial en un pequeño taller.
De inmediato fue elegido delegado. La
conformación de una comisión negociadora paritaria le permitió conocer a su
futura esposa -también representante obrera-, Nélida Blanca Baglio, con quien
luego tuvo dos hijos: Aníbal Enrique y Claudia Mónica. Poco después fue
electo delegado general en la fábrica "Catita", donde lo encontró la
autodenominada "Revolución Libertadora" y, sin duda alguna, se incorporó a la
naciente Resistencia Peronista.
El entonces titular de la CGT, Hugo Di
Pietro, obligado por los acontecimientos de la época presentó su renuncia en
noviembre de 1955, ya secuestrado y vilipendiado por "los libertadores y
fusiladores" de la época el cadáver de Eva Perón. Entonces sobrevino el
momento de la nueva generación gremial: Vandor, Rucci, José Alonso, Agustín
Tosco, Andrés Framini, Eleuterio Cardoso, Raimundo Ongaro, Armando Cabo y
Rosendo García, entre muchos otros que comenzaban a despuntar en la actividad.
Rucci fue detenido en aquella época en dos ocasiones. Primero fue
encarcelado en un barco anclado en la Dársena Norte, donde también recalaron
Vandor, Framini, Alonso y Eustaquio Tolosa y, poco después de ser liberado,
soportó otros extensos meses en Caseros. La rama política del movimiento
sindical, las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas, había nacido en junio de
1957 luego del fracasado intento del gobierno de facto de normalizar la
intervenida CGT con la genial idea de proscribir al peronismo.
Ya se habían
consumado los aberrantes fusilamientos de civiles y militares -por vez primera
aplicando la Ley Marcial- en los basurales bonaerenses de José León Suárez y,
también, en la ya desaparecida penitenciaría de la Avenida Las Heras. Las 62
Organizacones representaban a más del 50 por ciento de los afiliados a la CGT,
al 95 por ciento de los operarios industriales y al 26,5 de los empleados de
servicios, según documentó en su libro "Historia del sindicalismo" Mario Abella
Blasco.
El mes de diciembre de 1957 halló a Rucci en aquel histórico acto de
"las 62", en el Luna Park -no en una catacumba romana-, cuando la caballería no
dudó en ingresar al estadio con sables en mano y abundante carga de gases
lacrimógenos para escarmentar a la turba. En aquel frustrado Congreso
normalizador del `57, Rucci se desempeñó como delegado metalúrgico e integrante
de una comisión de cinco encargados de "hablar en lenguaje peronista para
comenzar así a identificarnos", como señaló alguna vez el histórico dirigente de
la carne Cardoso en un artículo periodístico.
En 1960 asumió la secretaría
de Prensa de la UOM acompañando a Vandor, Paulino Niembro, Avelino Fernández y
Lorenzo Miguel. Fue reelecto y, en 1964, designado interventor en la
seccional metalúrgica de San Nicolás, donde luego fue secretario general.
Rucci de forma definitiva regresó al plano nacional el 3 de julio de 1970
ungido como titular de la entonces poderosísima Confederación General del
Trabajo de la República Argentina (CGT). "Soy un hombre de Perón. Tomé la
CGT, fui a Madrid y le dije a mi jefe, que es el jefe de la mayoría del pueblo
argentino: `General, la CGT está a su disposición para que la conduzca como
usted quiera`", aclaró de forma inmediata luego de su asunción.
A las 12.20
del martes 25 de septiembre, cuando Rucci se aprestaba a abordar un Torino rojo
para trasladarse a los estudios del viejo Canal 13 a fin de grabar un mensaje al
pueblo luego del arrollador triunfo de Perón en las urnas dos días antes -64 por
ciento de los sufragios-, frente al edificio de la Avenida Avellaneda 2.953
aquellos 23 balazos pusieron fin a su vida.
Sobre Emilio Lamarca y Venancio
Flores -pleno barrio homónimo- se hallaron luego dos camionetas con municiones y
armas de guerra.
La CGT declaró un inmediato paro general de 30 horas en
señal de repudio y duelo. La historia argentina incorporó aquel día a un
trabajador más a la extensa nómina de la violencia antiobrera.
Perón,
hondamente conmovido y consciente de que ese crimen procuró detener el proceso
de unidad, pacificación y reconstrucción nacional, se limitó a afirmar con
egregia dignidad al ingresar lívido a la sala mortuoria: "Me cortaron las
piernas".
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