¿Cuáles son las formas y las herramientas que las
corporaciones adoptan para condicionar la democracia popular?
Esa pregunta vertebró un posteo reciente (acá,
acá
también) en el marco de un análisis a corto y mediano plazo. La intención era
pensar el nuevo escenario en el que podría desarrollarse el debate político en
Argentina, luego del quiebre que marcó el triunfo electoral del kirchnerismo en
octubre pasado. En ese sentido, la tésis que Chantal Mouffe expone en su libro
En torno a lo político servía de base teórica para delimitar el contorno
teórico y práctico de las disputas (a vuelo de pájaro: el desarrollo de las
democracias de este siglo debería darse desde una "lucha agonista" en
la cual proyectos antagónicos debatan por la hegemonía política, en lugar de
seguir robusteciendo las
"democracias dialógicas" que imponen los poderes reales, a
través de las cuales generan un "Zeitgeist pospolítico" que termina
por excluir a las mayorías produciendo así enfrentamientos dicotómicos en la
sociedad).
A pesar del esfuerzo que implica imaginar de que manera el
arco político nacional podría, en algún sentido, ponerse a la altura de
postulados teóricos umbilicados con experiencias históricas que marcaron y
marcan el pulso político suramericano, la realidad cotidiana empuja
violentamente hacia la afirmación de una tésis que está en las antípodas de la
explicada por Mouffe: no habrá "lucha agonista" en Argentina. Como
contrapartida, todo indica que se reforzará la tensión de mediados de 2008. Es
decir, una avanzada furiosa sobre el gobierno nacional de parte de algunos
poderosos sectores.
Más claro: no habrá, enfrente del kirchnerismo, un modelo
antagónico, ni siquiera un proyecto opositor con matices propios; no habrá
enfrente del kirchnerismo un mirada integral de país que confronte, en el ágora
político, con los fundamentos que guían al país (con éxito en muchas dimensiones,
con menos aciertos en otras) desde el 25 de mayo de 2003. El arco político
opositor está dejando pasar la oportunidad de confluir con ciertos sectores de
la sociedad. Hay una buena parte de la población que, ciertamente, no comulga
con los lineamientos del oficialismo. Pero claro: hoy, la oposición política
está vinculada en forma inherente al discurso de los medios dominantes, que son
la voz del bloque de clases dominantes. Entonces, no hay lógica política en la
oposición. En su lugar, se erige un discurso que es una defensa a ultranza de
privilegios atávicos de ciertas corporaciones. Una defensa que se asemeja,
demasiado, a un grito desangelado y nostálgico de un tiempo histórico que, en
definitiva, es un recuerdo sepia.
¿Qué quiere decir volver al 2008? La construcción de un
escenario dicotómico, edificado con el poder de fuego del dispositivo de medios
dominantes: de un lado el gobierno nacional, del otro, "la gente". Un
divorcio irremontable. El mecanismo es conocido: los medios dominantes repiqueteando
las 24 horas del día, poniendo en escena a politiqueros prime time (volvió
Carrió! en La Nación de hoy), juristas del stablishment, economistas de la
ortodoxia liberal, opinólogos conservadores o intelectualotes menemistas (Asís,
también en La Nación de hoy), historiadores representantes de instituciones del
liberalismo histórico o de entidades de baja estofa dependientes o sostenidas
por el poder concentrado, editorialistas desembozados.
En 2008, la avanzada comenzó con la "valijagate" y
fue coronada con la batalla que encabezaron las cámaras patronales de los
agronegocios. En aquella oportunidad, a partir de la inteligencia semiótica que
evidenciaron, Clarín y La Nación ("todos somos el campo") supieron
crear un sujeto social que, engañado, acompañó el grito chúcaro de la Sociedad
Rural y sus amigotes desestabilizadores. Claro, los medios corrieron con una
ventaja semántica inapreciable, en dos dimensiones: la carga histórica y el
recorrido simbólico del gobierno hasta allí.
Desde aquellos días de 2008, el gobierno nacional entendió
que la batalla cultural debía vertebrar su discurso, y complementar la gestión
(siempre, en ese aspecto, el oficialismo goleó a la oposición política y
mediática): cierto revisionismo histórico, ley de medios y un cambio que fue
como "un movimiento dialéctico novedoso entre la conducción política, la
militancia y –aquí la riqueza- importantes sectores de la propia sociedad. Por
un lado, el asumir que había que generar espacios discursivos propios, al
margen de los dispositivos tradicionales de constitución de opinión pública. El
fenómeno 678, hoy quizás puesto en discusión, es hijo dilecto de esa
etapa" (el
compañero Mendieta).
En estos días, la avanzada viene a caballo de otra de las
verdades reveladas del manual liberal que aplican los poderes reales para la
construcción de la "democracia
dialógica": la corrupción. Es decir:
evitar los debates políticos profundos para tomar un atajo muchas veces
ficticio. La corrupción existió y existe, generalmente, en la concentración
estatal. Es menester de las gestiones combatirla. Y, según los manuales, cierta
tarea de contralor le corresponde al periodismo: denunciar casos reales de
interés público es una tarea que dignifica a los comunicadores y a las empresas
de comunicación (¿y la corrupción de los privados? No, eso no existe en la
teoría académica ni en la práctica de la cadena de medios concentrados). Pero
la tergiversación, multiplicación de falsedades y construcción de operaciones
con un piso casi inexistente de verdad comprobable, en connivencia con otros
actores del quehacer público, es otra cosa: es una herramienta
desestabilizadora de hecho contra gobiernos elegidos democráticamente y
legitimados por apoyos populares.
La corrupción es el clivaje desde donde los medios, en
conjunto con el arco político opositor, se asientan para generar un supuesto
antagonismo entre los gobiernos terriblemente corruptos, y la sociedad
supuestamente ultrajada por estos.
Las técnicas utilizadas para construir estos castillos de
naipes no reconocen límites y el realismo mágico es, en comparación, un
expediente burocrático. Sin embargo, esas formas están unidas históricamente al
credo liberal que, a fuerza de colonización de las historias, preeminencia en
la educación y monopolio de los medios, son caras a la gente de a pie. Por eso
insisten con la corrupción. Es un atajo para llegar a las mayorías a las que no
pudieron interpelar (así lo demuestra el resultado de las elecciones de octubre
pasado) a través de la "lucha agonista" (la evaden, la repelen).
Así condicionaron a cuanto gobierno quisieron, y por eso
ahora apuntan al vicepresidente Amado por Boudou (y, elípticamente, a la
Presidenta). Esa es la forma que toma en 2012 el escenario que montaron (medios
dominantes como expresión de los poderes fácticos) en 2008.
Pero vale la pena recordar cuáles fueron las consecuencias
de la batalla por la 125. La oposición política, los medios y los actores
económicos, financieros y sindicales que apoyaron la avanzada, terminaron
atomizados y reducidos a expresiones sin peso e influencia en las elecciones
generales de 2011. Como contrapartida, el kirchnerismo logró en esos días
constituir rasgos identitarios fundamentales, que marcaron su praxis y su
organización hacia adelante. En octubre de 2011, todo eso encontró una rúbrica
cuantitativa histórica.
El farragoso escenario que parece erigirse en estos días,
podría constituir una prueba de fuego no sólo para el kirchnerismo en su nueva
fase de sintonía fina y organización en torno a estructuras propias; si no
también presentaría desafíos para todo el arco político y para la sociedad
entera. Quizás sea tiempo de robustecer en forma institucional (sumando la
legitimación popular) las bases que hagan sustentable la democracia del siglo
XXI: más cerca de la lucha agonista y bien alejada de los escenarios
(jurídicos, simbólicos, políticos) que antes establecieron y que hoy plantean
profundizar o actualizar ciertos sectores de la economía concentrada. Esa es la
única manera de seguir consolidando un poder político transformador. Como
afirma el profesor Sebastián Etchemendy, "la teoría y la experiencia
histórica en los procesos democráticos demuestran que la ampliación de derechos
sociales generalmente va desde Ejecutivos fuertes hacia el Congreso y el Poder
Judicial, y desde el poder estatal a las periferias federales, y no al
revés".
Así las cosas, está al alcance de todos verificar la
historia reciente de nuestro país para identificar desde dónde se promueven las
transformaciones, y desde qué lugares se pretende urdir intrigas para detener
las reformas o retroceder sobre las conquistas conseguidas.
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