domingo, 18 de diciembre de 2011

Empoderamiento generacional


Nota publicada en la revista Caracú #3 del Centro Cultural Oesterheld-La Cámpora


Néstor Kirchner vio la cara  de asombro –o cagazo- que puso Aníbal Fernández cuando le contó lo que iba a hacer: exhortar al Congreso de la Nación que inicie un juicio político para destituir a Julio Nazareno, el presidente de la Corte Suprema menemista. Néstor llevaba como Presidente diez días. Ante la reacción del por entonces Ministro del Interior, el flamante primer Mandatario inquirió: ¿Qué, tenés miedo? Frente a la respuesta negativa de Aníbal, Kirchner arreció:

“Si no tomamos medidas de fondo, ¿para qué sirve el PODER? ¿Qués es el poder? ¿Qué te saluden los granaderos? ¿La quinta de Olivos? ¿El helicóptero?”

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La anécdota, contada en el libro Kirchner íntimo del periodista Daniel Míguez, sirve para trazar las líneas iniciales de un debate que nos debemos quienes habitamos en los espacios de juventud del kirchnerismo: ¿qué es el poder? ¿Cómo pensamos que podemos administrar los espacios de poder a los que accedemos? ¿Cómo construimos espacios propios de poder? ¿Seremos capaces de canalizar el poder en la dirección que el tiempo histórico impone, como lo hizo Néstor?

Esos interrogantes pueden ser una forma de surfear por sobre una consigna color sepia: el trasvasamiento generacional.

TRASVASAR, TRASPASAR, PECHAR… Luego de la muerte de Néstor todos teníamos una suerte de necesidad catártica. Una semana después del 27-10-10, nos juntamos en la casa de la Juventud Platense para la Victoria con Carlos Cheppi.
Carlos es un integrante de la pingüinera y desde hace más de veinte años trabaja y milita con Néstor y Cristina.

En un momento la charla viró hacia la lectura política de la situación que atravesábamos. Algunos compañeros coincidían en que “la plaza de Néstor” sirvió, entre otras cosas, para desmitificar algunos de los clichés con los que repiqueteaba el sistema hegemónico de medios opositores (la estigmatización de Néstor como un dirigente obnubilado por la búsqueda desesperada de poder personal, incapaz de establecer relaciones políticas que no se sustenten en condiciones clientelares y de dominación, por ejemplo) y, al mismo tiempo, acordaban los compañeros que en aquella oportunidad se dio la irrupción en la escena masiva de un fenómeno hasta ahí subterráneo que era la juventud kirchnerista. En ese sentido, algunos sugirieron que, quizás, se habían acelerado los tiempos de maduración de la juventud ahora que Néstor no estaba, y que tendríamos que asumir responsabilidades mayores en el mediano plazo. Y ahí apareció: el trasvasamiento generacional.

“Ahora se habla mucho de trasvasamiento generacional. ¿Pero saben qué? Yo no conozco ningún dirigente que quiera dejar su lugar. Miren: la militancia está, miles de chicos y chicas se siguen sumando y está claro que el Gobierno Nacional va a poner su voluntad y su capacidad para organizar toda esa energía. Entonces ustedes deben organizarse, redoblar su esfuerzos militantes, su formación y empujar, pechar”.

Lo que se puede leer entre líneas de lo que decía Cheppi es que el trasvasamiento generacional no es una transición normativa, ordenada, un traspaso de funciones en un marco institucional. Por el contrario, el trasvasamiento generacional está surcado por tensiones constitutivas del accionar político, está determinado por circunstancias históricas y también condicionado por la coyuntura.

UN POCO DE HISTORIA. Ahora bien ¿qué es el trasvasamiento generacional según el tipo que creó esa concepción y la base conceptual que lo sostiene?

En 1966 el justicialismo estaba prohibido y el golpe de estado de Ongania debilitaba más la posibilidad de organizar el Partido Justicialista. Era un momento difícil para la conducción de Perón desde España: una parte de los sindicatos comenzaban a dejarse domesticar por el poder real, muchos dirigentes estaban cansados de luchar por Perón y preferían ser burócratas aburguesados: los “neoperonistas” encabezados por Augusto Vandor, secretario de la Unión Obrera Metalúrgica.

En ese contexto, en febrero de 1967 se realizó un congreso de la Juventud Peronista en Montevideo. Allí Perón envió un documento que luego sería conocido como el trasvasamiento generacional, donde invitaba a la JP a convertirse en la cabeza del movimiento justicialista:

"El Comando Superior Peronista, que siempre ha seguido una conducta acorde con las necesidades de la conducción general se ha visto perturbado por las siguientes causas:

a) División en la rama sindical del Movimiento, ocasionada por el enfrentamiento de dirigentes. b) Apatía en la acción de la rama política porque no existe aliciente de cargos a la vista para los dirigentes, o porque están fatigados por la larga lucha, o porque temen la represión. c) Falta de una acción unitaria por carencia de una conducción táctica apropiada como consecuencia de las anteriores causas. d) Falta de unidad y solidaridad peronistas en el horizonte directivo y en parte de la propia masa, demostradas por una acción desganada que tiende a generalizarse."

Perón agregó en el documento que: "Es indudable que tales defectos, especialmente imputables a los dirigentes, sólo se podrán corregir mediante una verdadera revolución dentro del Peronismo, y esa revolución deberá estar en manos de la juventud del Movimiento. Por eso, el Comando Superior ha venido propugnando desde hace tiempo la necesidad de un trasvasamiento generacional que pueda ofrecernos una mejor unidad y solidaridad, que presuponga para el futuro una unidad de acción de que carecemos en la actualidad."

EMPODERAMIENTO GENERACIONAL. Es evidente que el contexto  y las condiciones políticas, sociales y materiales en el que nace la teoría del trasvasamiento generacional no es equiparable con el actual. Por eso, y casi como una herejía sobre el credo peronista, es más atinado hablar sobre el empoderamiento generacional.

Está claro que hoy hay una conducción firme, lúcida, ordenadora, vertebradora, militante, con prepotencia de trabajo, unbilicada a las masas populares. Cristina es todo eso. La Presidenta y Néstor Kirchner nos ofrecieron, en estos ocho años –entre otras cosas- la actualización ideológica y doctrinaria más impresionante del peronismo.

En ese marco, el kirchnerismo (Néstor y Cristina) muchas veces estuvo un paso adelante de lo que la sociedad podía expresar en demandas –latentes, eso sí- como expresión de colectivo organizado: Néstor y Cristina corrieron el límite de lo posible en materia de Derechos Humanos, derechos laborales, en reparar derechos de primera generación y crear nuevos, en la construcción de institucionalidad, en la restitución del Estado y en revalorización de la política como herramienta de transformación.

Lo mismo pasó con la militancia: Néstor sabía que era necesario ese sujeto político y cuando era todavía un incipiente esbozo le pidó a sus referentes organización (el acto en el Luna Park fu el comienzo), luego los azuzó (“no sean mis empleados, sean Juventud) y en todo ese proceso el Gobierno Nacional puso toda su voluntad en favor del crecimiento y la consolidación de ese sujeto.

Una diferencia entre el pronunciamiento de Perón en la década del 60, y este tiempo, es que la juventud ya está inserta en las estructuras de poder porque esa fue una decisión política de la conducción: incluir a los jóvenes ahora y en lugares relevantes. Entonces, la juventud no viene a discutir la conducción con actores de peso, enraizados y parapetados en las estructuras del Estado, con más experiencia y mañas, con dirigentes sin convencimiento y aburguesados.

Venimos sí, a seguir inyectando en las estructuras del Estado, de la sociedad civil y en el Pueblo dosis furtivas de kirchnerismo. Venimos a institucionalizar el modelo nacional y popular. La conducción nos interpeló, nos llenó de oportunidades, de responsabilidades y es hora de responder.

Pero el trasvasamiento generacional está en marcha hace tiempo. Lo realmente grosso que tiene que suceder es el empoderamiento generacional. Encontrar las formas adecuadas para consolidar y expandir ese poder, con dos condiciones ineludibles: crear poder propio, y convertirlo en expresiones electorales atractivas en el mediano y largo plazo.

En esa búsqueda también habrá tensiones y seguramente existirán duelos memorables contra burócratas, statuquoistas, conservadores, gorilas, kirchneristas de ocasión que con su olfato camaleónico se darán vuelta cuando lo crean convenientes, miedosos, etc. Y también entre compañeros copados, del palo, kirchneristas en serio. Será saludable que eso suceda, que aprendamos de los errores históricos y sepamos saldar nuestras tensiones internas dialécticamente. Igual, con la conductora a pleno, casi que no hay posibilidades de dislates.

DESAFÍOS. Así las cosas, el desafío de la juventud no es correr a la conducción por izquierda. No hace falta. El objetivo es institucionalizarse y convertirse en un sujeto político de peso que desequilibre la balanza en pos de la profundización del modelo. El fin no es establecer las pautas o el rumbo del modelo, porque esa tarea es de la conducción y los resultados obtenidos por sus decisiones son inapelables (también acompaña un componente cualitativo. No es sólo una cuestión de bilardismo al palo).

Los propósitos deberían ser dos. El primero y más accesible: administrar con eficiencia los espacios de poder obtenidos. Hay otra meta en ese mismo punto: para hacer carne el modelo en “la gente”, es necesario la participación popular en los espacios institucionales. Entonces, la juventud debe encontrar las formas de interpelar a los ciudadanos y los mecanismos para hacerlos parte importante de ese andamiaje.

El segundo objetivo es el más ambicioso y el verdadero acicate para nosotros: generar espacios de poder propios y desde allí conformar expresiones electorales potables, atractivas para los ciudadanos, expresiones simbióticas con el modelo nacional y popular y con la praxis política kirchnerista.
La juventud debe hacerlo desde su impronta y a través de su potencia creativa, para ir en búsqueda de los votos: nada legitima y compromete más que la voluntad popular.

A LOS GRITOS Y EN PELOTAS. Este momento histórico de la juventud tiene un antecedente similar en la democracia moderna: la primavera alfonsinista. La Coordinadora (la juventud radical que conducía la Franja Morada en las Universidades: declamaban defender un programa de liberación nacional de centro-izquierda) trabajaba y militaba hacía un tiempo largo con Raúl Alfonsín y, en la campaña de 1983, cumplió un papel importante.

Luego del gran triunfo que obtuvieron ese año, muchos de los más destacados jóvenes de La Coordinadora obtuvieron lugares de peso en el Gobierno (Coty Nosiglia, Suárez Lastra y Moreau, los más destacados). Todos conocemos el final del proceso alfonsinista: no pudieron, no supieron, no quisieron, y eso derivó en un debilitamiento inexorable del Gobierno toda vez que sucumbieron ante las demandas de los poderes reales, aún con el impresionante apoyo popular con el que el radicalismo accedió al poder. Esos jóvenes que en algún momento levantaron banderas que nosotros reivindicamos, terminaron oxidándose en las estructuras estatales primero, y luego se consumieron entre mil internas en los típicos espacios radicales (Universidad, Comité, Poder Judicial etc). Esos jóvenes fueron los que condujeron a un partido centenario y de tradición nacional y popular hacia un espacio desvencijado y convertido en una herramienta electoral de las corporaciones de derechas.

La foto final de lo que fueron los jóvenes radicales en el poder sucedió hace poquitos días, en la Convención Nacional de la UCR: lo que debía ser un debate para la “modernización del partido” terminó en un duelo típico de barrabravas a los gritos, empujones, sillazos, tortazos (en serio, tortas) en el que los bandos se imputaban las derrotas (el 2% del 2003, la alianza con la derecha de este año que los dejó “en pelotas”) y la autoría de la debacle del partido. Mientras los viejos “debatían”, los jóvenes estaban allá lejos, encerrados detrás de las vallas, enardecidos como si fueron grupos de choque.

Nuestra vara está mucho más alta que no repetir esa experiencia. Sin embargo, es una buena pintura para observar cuales son las consecuencias de revolear las convicciones en las puertas de acceso al poder y jugar a la polítiquería. Pero claro, nosotros somos peronistas y tenemos una conductora de la hostia. 

A los gritos, seguro. Pero de lo otro, olvidate. Nunca Menos.


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