Nota publicada en la revista Caracú #3 del Centro Cultural Oesterheld-La Cámpora
Néstor Kirchner vio la cara de asombro –o cagazo- que puso Aníbal Fernández cuando le contó lo que iba a hacer: exhortar al Congreso dela Nación
que inicie un juicio político para destituir a Julio Nazareno, el presidente de
la Corte Suprema
menemista. Néstor llevaba como Presidente diez días. Ante la reacción del por
entonces Ministro del Interior, el flamante primer Mandatario inquirió: ¿Qué,
tenés miedo? Frente a la respuesta negativa de Aníbal, Kirchner arreció:
Néstor Kirchner vio la cara de asombro –o cagazo- que puso Aníbal Fernández cuando le contó lo que iba a hacer: exhortar al Congreso de
“Si no
tomamos medidas de fondo, ¿para qué sirve el PODER? ¿Qués es el poder? ¿Qué te
saluden los granaderos? ¿La quinta de Olivos? ¿El helicóptero?”
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La
anécdota, contada en el libro Kirchner
íntimo del periodista Daniel Míguez, sirve para trazar las líneas iniciales
de un debate que nos debemos quienes habitamos en los espacios de juventud del
kirchnerismo: ¿qué es el poder? ¿Cómo pensamos que podemos administrar los
espacios de poder a los que accedemos? ¿Cómo construimos espacios propios de
poder? ¿Seremos capaces de canalizar el poder en la dirección que el tiempo
histórico impone, como lo hizo Néstor?
Esos
interrogantes pueden ser una forma de surfear por sobre una consigna color
sepia: el trasvasamiento generacional.
TRASVASAR, TRASPASAR, PECHAR… Luego de la muerte de Néstor todos
teníamos una suerte de necesidad catártica. Una semana después del 27-10-10, nos
juntamos en la casa de la Juventud Platense
para la Victoria
con Carlos Cheppi.
Carlos es
un integrante de la pingüinera y desde hace más de veinte años trabaja y milita
con Néstor y Cristina.
En un
momento la charla viró hacia la lectura política de la situación que
atravesábamos. Algunos compañeros coincidían en que “la plaza de Néstor”
sirvió, entre otras cosas, para desmitificar algunos de los clichés con los que
repiqueteaba el sistema hegemónico de medios opositores (la estigmatización de
Néstor como un dirigente obnubilado por la búsqueda desesperada de poder
personal, incapaz de establecer relaciones políticas que no se sustenten en
condiciones clientelares y de dominación, por ejemplo) y, al mismo tiempo,
acordaban los compañeros que en aquella oportunidad se dio la irrupción en la
escena masiva de un fenómeno hasta ahí subterráneo que era la juventud
kirchnerista. En ese sentido, algunos sugirieron que, quizás, se habían
acelerado los tiempos de maduración de la juventud ahora que Néstor no estaba,
y que tendríamos que asumir responsabilidades mayores en el mediano plazo. Y
ahí apareció: el trasvasamiento generacional.
“Ahora se
habla mucho de trasvasamiento generacional. ¿Pero saben qué? Yo no conozco
ningún dirigente que quiera dejar su lugar. Miren: la militancia está, miles de
chicos y chicas se siguen sumando y está claro que el Gobierno Nacional va a
poner su voluntad y su capacidad para organizar toda esa energía. Entonces
ustedes deben organizarse, redoblar su esfuerzos militantes, su formación y
empujar, pechar”.
Lo que se
puede leer entre líneas de lo que decía Cheppi es que el trasvasamiento
generacional no es una transición normativa, ordenada, un traspaso de funciones
en un marco institucional. Por el contrario, el trasvasamiento generacional
está surcado por tensiones constitutivas del accionar político, está
determinado por circunstancias históricas y también condicionado por la
coyuntura.
UN POCO DE HISTORIA. Ahora bien ¿qué es el
trasvasamiento generacional según el tipo que creó esa concepción y la base
conceptual que lo sostiene?
En 1966 el
justicialismo estaba prohibido y el golpe de estado de Ongania debilitaba más
la posibilidad de organizar el Partido Justicialista. Era un momento difícil
para la conducción de Perón desde España: una parte de los sindicatos
comenzaban a dejarse domesticar por el poder real, muchos dirigentes estaban
cansados de luchar por Perón y preferían ser burócratas aburguesados: los “neoperonistas”
encabezados por Augusto Vandor, secretario de la Unión Obrera
Metalúrgica.
En ese
contexto, en febrero de 1967 se realizó un congreso de la Juventud Peronista
en Montevideo. Allí Perón envió un documento que luego sería conocido como el
trasvasamiento generacional, donde invitaba a la JP a convertirse en la cabeza del movimiento
justicialista:
"El
Comando Superior Peronista, que siempre ha seguido una conducta acorde con las
necesidades de la conducción general se ha visto perturbado por las siguientes
causas:
a) División
en la rama sindical del Movimiento, ocasionada por el enfrentamiento de
dirigentes. b) Apatía en la acción de la rama política porque no existe
aliciente de cargos a la vista para los dirigentes, o porque están fatigados
por la larga lucha, o porque temen la represión. c) Falta de una acción
unitaria por carencia de una conducción táctica apropiada como consecuencia de
las anteriores causas. d) Falta de unidad y solidaridad peronistas en el
horizonte directivo y en parte de la propia masa, demostradas por una acción
desganada que tiende a generalizarse."
Perón
agregó en el documento que: "Es indudable que tales defectos,
especialmente imputables a los dirigentes, sólo se podrán corregir mediante una
verdadera revolución dentro del Peronismo, y esa revolución deberá estar en
manos de la juventud del Movimiento. Por eso, el Comando Superior ha venido
propugnando desde hace tiempo la necesidad de un trasvasamiento generacional
que pueda ofrecernos una mejor unidad y solidaridad, que presuponga para el
futuro una unidad de acción de que carecemos en la actualidad."
EMPODERAMIENTO GENERACIONAL. Es evidente que el contexto y las condiciones políticas, sociales y
materiales en el que nace la teoría del trasvasamiento generacional no es
equiparable con el actual. Por eso, y casi como una herejía sobre el credo
peronista, es más atinado hablar sobre el empoderamiento generacional.
Está claro
que hoy hay una conducción firme, lúcida, ordenadora, vertebradora, militante,
con prepotencia de trabajo, unbilicada a las masas populares. Cristina es todo
eso. La Presidenta
y Néstor Kirchner nos ofrecieron, en estos ocho años –entre otras cosas- la
actualización ideológica y doctrinaria más impresionante del peronismo.
En ese
marco, el kirchnerismo (Néstor y Cristina) muchas veces estuvo un paso adelante
de lo que la sociedad podía expresar en demandas –latentes, eso sí- como
expresión de colectivo organizado: Néstor y Cristina corrieron el límite de lo
posible en materia de Derechos Humanos, derechos laborales, en reparar derechos de primera
generación y crear nuevos, en la construcción de institucionalidad, en la restitución del Estado y en revalorización de la
política como herramienta de transformación.
Lo mismo
pasó con la militancia: Néstor sabía que era necesario ese sujeto político y
cuando era todavía un incipiente esbozo le pidó a sus referentes organización
(el acto en el Luna Park fu el comienzo), luego los azuzó (“no sean mis
empleados, sean Juventud) y en todo ese proceso el Gobierno Nacional puso toda
su voluntad en favor del crecimiento y la
consolidación de ese sujeto.
Una
diferencia entre el pronunciamiento de Perón en la década del 60, y este
tiempo, es que la juventud ya está inserta en las estructuras de poder porque
esa fue una decisión política de la conducción: incluir a los jóvenes ahora y
en lugares relevantes. Entonces, la juventud no viene a discutir la conducción
con actores de peso, enraizados y parapetados en las estructuras del Estado,
con más experiencia y mañas, con dirigentes sin convencimiento y aburguesados.
Venimos sí,
a seguir inyectando en las estructuras del Estado, de la sociedad civil y en el
Pueblo dosis furtivas de kirchnerismo. Venimos a
institucionalizar el modelo nacional y popular. La conducción nos interpeló,
nos llenó de oportunidades, de responsabilidades y es hora de responder.
Pero el
trasvasamiento generacional está en marcha hace tiempo. Lo realmente grosso que
tiene que suceder es el empoderamiento generacional. Encontrar las formas
adecuadas para consolidar y expandir ese poder, con dos condiciones
ineludibles: crear poder propio, y convertirlo en expresiones
electorales atractivas en el mediano y largo plazo.
En esa
búsqueda también habrá tensiones y seguramente existirán duelos memorables
contra burócratas, statuquoistas,
conservadores, gorilas, kirchneristas de ocasión que con su olfato camaleónico
se darán vuelta cuando lo crean convenientes, miedosos, etc. Y también entre
compañeros copados, del palo, kirchneristas en serio. Será saludable que eso suceda,
que aprendamos de los errores históricos y sepamos saldar nuestras tensiones
internas dialécticamente. Igual, con la conductora a pleno, casi que no hay
posibilidades de dislates.
DESAFÍOS. Así las cosas, el desafío de la juventud
no es correr a la conducción por izquierda. No hace falta. El objetivo es
institucionalizarse y convertirse en un sujeto político de peso que
desequilibre la balanza en pos de la profundización del modelo. El fin no es
establecer las pautas o el rumbo del modelo, porque esa tarea es de la
conducción y los resultados obtenidos por sus decisiones son inapelables
(también acompaña un componente cualitativo. No es sólo una cuestión de
bilardismo al palo).
Los propósitos
deberían ser dos. El primero y más accesible: administrar con eficiencia los
espacios de poder obtenidos. Hay otra meta en ese mismo punto: para hacer carne
el modelo en “la gente”, es necesario la participación popular en los espacios
institucionales. Entonces, la juventud debe encontrar las formas de interpelar
a los ciudadanos y los mecanismos para hacerlos parte
importante de ese andamiaje.
El segundo
objetivo es el más ambicioso y el verdadero acicate para nosotros: generar
espacios de poder propios y desde allí conformar expresiones electorales
potables, atractivas para los ciudadanos, expresiones simbióticas con el modelo
nacional y popular y con la praxis política kirchnerista.
La juventud debe hacerlo desde su impronta y a través de su potencia creativa, para ir en búsqueda de los votos: nada legitima y compromete más que la voluntad popular.
La juventud debe hacerlo desde su impronta y a través de su potencia creativa, para ir en búsqueda de los votos: nada legitima y compromete más que la voluntad popular.
A LOS GRITOS Y EN PELOTAS. Este
momento histórico de la juventud tiene un antecedente similar en la democracia
moderna: la primavera alfonsinista. La Coordinadora (la juventud radical que conducía la Franja Morada en las
Universidades: declamaban defender un programa de liberación nacional de
centro-izquierda) trabajaba y militaba hacía un tiempo largo con Raúl Alfonsín
y, en la campaña de 1983, cumplió un papel importante.
Luego del
gran triunfo que obtuvieron ese año, muchos de los más destacados jóvenes de La Coordinadora
obtuvieron lugares de peso en el Gobierno (Coty Nosiglia, Suárez Lastra y
Moreau, los más destacados). Todos conocemos el final del proceso alfonsinista:
no pudieron, no supieron, no quisieron, y
eso derivó en un debilitamiento inexorable del Gobierno toda vez que
sucumbieron ante las demandas de los poderes reales, aún con el impresionante
apoyo popular con el que el radicalismo accedió al poder. Esos jóvenes que en
algún momento levantaron banderas que nosotros reivindicamos, terminaron
oxidándose en las estructuras estatales primero, y luego se consumieron entre
mil internas en los típicos espacios radicales (Universidad, Comité, Poder
Judicial etc). Esos jóvenes fueron los que condujeron a un partido centenario y
de tradición nacional y popular hacia un espacio desvencijado y convertido en
una herramienta electoral de las corporaciones de derechas.
La foto
final de lo que fueron los jóvenes radicales en el poder sucedió hace poquitos
días, en la Convención Nacional
de la UCR : lo que
debía ser un debate para la “modernización del partido” terminó en un duelo
típico de barrabravas a los gritos, empujones, sillazos, tortazos (en serio,
tortas) en el que los bandos se imputaban las derrotas (el 2% del 2003, la
alianza con la derecha de este año que los dejó “en pelotas”) y la autoría de
la debacle del partido. Mientras los viejos “debatían”, los jóvenes estaban
allá lejos, encerrados detrás de las vallas, enardecidos como si fueron grupos
de choque.
Nuestra
vara está mucho más alta que no repetir esa experiencia. Sin embargo, es una
buena pintura para observar cuales son las consecuencias de revolear las convicciones
en las puertas de acceso al poder y jugar a la polítiquería. Pero claro,
nosotros somos peronistas y tenemos una conductora de la hostia.
A los gritos,
seguro. Pero de lo otro, olvidate. Nunca Menos.
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