jueves, 22 de julio de 2010

ROMPER EL SILENCIO

En el equipo de comunicación del IPF y la Juventud Platense para la Victoria encaramos un desafío comunicacional desde lo cultural.


Desafío probablemente desproporcionado de acuerdo a las fuerzas materiales propias en relación a la potencia del mensaje hegemónico, los paradigmas rectores que impuso y, esencialmente, la estructura coercitiva que tejió.

Cuando digo cultural, hago referencia a la iniciativa de generar contenidos periodísticos, comunicacionales o artísticos que desentramen, expliciten o ridiculicen formas comunicacionales sustentadas en modelos rectores rancios o directamente serviles a intereses empresariales o lógicas meramente comerciales. Y a la vez, con la intención de que esos contenidos, guiados por sus nuevas lógicas y por una dialéctica completamente

diferente, se diferencien por sí mismo, expongan producciones de sentido más inclusivas y generen una nueva relación con el oyente/lector.

Un año atrás, en julio de 2009, la derrota electoral de Kirchner en la provincia de Buenos Aires fue leída por algunos de los más conspicuos periodistas, como "la

muerte del rey". Se avecinaba, según los medios dominantes, una especie de oleada recivilizatoria, republicanista y parlamentarista que pondría fin a la era de hielo.

En esa coyuntura, reclutamos por Facebook a aquellos contactos que se podrían embarcar en un proyecto comunicacional y un proyecto político kirchnerista,

cuando Kirchner era mala palabra, para unirse con los 4 o 5 sobrevivientes

de la anterior experiencia del IPF.

Pensábamos en un programa de radio, en un blog y en Facebook para "tirarle piedras" desde esa plataforma a un tanque de guerra. Posibilidad mínima de triunfo y

probabilidad máxima de fracaso.

Desde la potencia novedosa de Facebook, una red social virtual, metimos las patas en un desafío comunicacional bidimensional: la plataforma 2.0 y la radio.

Entre la coyuntura opresora y la mochila que cargábamos (la de la "militancia inorgánica o no oficial", la de las discusiones o debates cotidianos en clara desventaja

numérica, el cerco mediático que nos bombardeaba todo el tiempo), el programa fue de trinchera, combativo, con un espíritu guerrero. Salíamos a desmitificar, a responder mentiras, a respaldar medidas estigmatizadas.

Paulatina e inexorablemente, fuimos tomando otro camino en la medida en que la discusión de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue cambiando

la relación entre consumidores de medios y medios. Ese debate se dio y se da en el

espacio mediatizado, aunque desde lugares marginales (TV Pública, diarios o revistas y radios menores o no dominantes) pero también desde la reconquista paulatina del espacio público real como lugar de contienda cultural.

Y es allí donde comienza a romperse el silencio y es desde ahí donde tenemos que comenzar a tomar real dimensión y, como consecuencia, mayores responsabilidades,

del aporte hecho.

Una de esas responsabilidades es captar la difuminación de esta época comunicacional, en la que conviven rancios paradigmas con nuevas formas y concepciones. Es vital captar ese espíritu y ejecutar de la forma que pide.

Así las cosas, se sumaron varias cuestiones: la gestión de calidad del gobierno que apabulló a la oposición (política y mediática), el debate por la ley de medios que

desnudó enfrente de toda la sociedad un mapa de medios con propietarios hegemónicos, las formas con que lo consiguieron y las consecuencias que tiene eso sobre la sociedad y, además, el aporte de voces públicas de un fuerte valor simbólico popular (Víctor

Hugo Morales sea quizás el ejemplo taxativo) que apoyan no sólo la LSCAV sino también la gestión de gobierno.

Así es como se rompe la espiral del silencio, esa burbuja que se creó desde el conflicto de la 125 hasta el inicio de este año, en la que la estigmatización del kirchnerismo

era el sentido común imperante y cualquiera que aportara una voz disidente corría el peligro de ser estigmatizado también.

Rota la espiral, con la conciencia colectiva en estado de descolonización, fue momento de un cambio. Allí es donde surge el desafío, la necesidad y la oportunidad de retomar

el camino sin retorno de modificar las formas. No se trata de esconder nuestro pensamiento político, ni hacer un viraje hacia la laxitud o la frivolidad. Se trata de seducir con el "poder blando", como lo define el politólogo Josep Nye. Persuadir, convencer desde la calidad de contenidos que reflejen ciertos valores hasta aquí invisibilizados o tergiversados por las lógicas de los medios dominantes.

El Bicentenario, sus festejos, fueron una demostración que mixturó la capacidad del Estado como garante de una política comunicacional inclusiva y la ejecución de una producción de sentido de un valor artístico, cultural y comunicacional sobrecogedor que

contó, además, con una clara carga ideológica que tuvo gran aceptación en el público.

En definitiva, ese es el horizonte al cual nos dirigimos. Clarín moldeó un imperio. Lo hizo con artilugios espurios en muchos casos, pero también fue el productor de los mejores contenidos. Cambió el modo de leer diarios, de escuchar radio y mirar televisión.

La tarea, a partir de que la ley de medios equipare las condiciones materiales de producción, es convertirse en referencia comunicacional a partir de contenidos

de calidad sustentados por la visión de una comunicación inserta en un proyecto integral para el desarrollo en el que el periodismo y los periodistas no sean concebidos como guardianas celestiales de derechos colectivos.

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