Ernesto Laclau sostiene que todo consenso implica un acto de exclusión. Podemos asumir que no existen consensos absolutos.
En los 90, los excluidos del consenso político, económico, social y cultural desplegado estaban condenados a habitar en las márgenes del sistema. Las expresiones organizadas que encarnaban lucha y resistencia en diferente ámbitos no formaban parte de ninguna agenda.
Los diarios y radios dominantes no recogían ni reflejaban ninguna de las demandas de los sectores marginados o, por lo menos, eran enfocadas editorialmente como expresiones que representaban nichos radicalizados de violencia y/o delincuencia. Vale un ejemplo bien claro: en los días finales del neoliberalismo económico de Estado, Clarín intentó vender que los asesinatos de Kosteki y Santillán habían sido producto de un enfrentamiento interno entre organizaciones sociales.
La televisión, los ámbitos académicos, la producción literaria, las cátedras universitarias, las editoriales más importantes responsables de la divulgación de los productos que moldean los consumos culturales y la creación de sentidos, expresaban un consenso en torno a las ideas fuerza y conceptos que sostenían el neoliberalismo cultural.
¿No era acaso ese consenso la expresión de una grieta profunda, honda, criminal, lacerante? Esa grieta real, explícita y opresora, no era parte de la agenda de los medios dominantes; no leíamos a conspicuos editorialistas preocupados por la grieta cultural; no escuchábamos en la radio a los periodistas más renombrados evidenciar, en tono apesandumbrado y casi al borde de la neurosis, como escuchamos ahora, relatar y describir una situación socio-cultural opresora; no había en televisión un primerísimo primer plano de un presentador de noticias diagnosticándole al presidente una enfermedad que no le permitía ver una realidad que asfixiaba a millones de argentinos.
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