martes, 13 de marzo de 2012

Todos somos La Càmpora

Escribe JP. Feinmann en el año 2005, en el libro La Historia desbocada:
"La alarma que vive Europa debe hundir sus raíces entre nosotros -NDA: habla acerca de movilizaciones en Francia de desocupados- ¿Acaso no es Buenos Aires la París de América Latina? No fue ese el título que orgullosamente asumió esa oligarquía nuestra que, en lugar de un país, sólo construyo una ciudad? (...) Cuántos excluidos esperan a las puertas de Buenos Aires? No son los piqueteros. Los piqueteros queman neumáticos y tienen una previsibilidad fatigosa. Son los que habitan el subsuelo de los piqueteros. Los que están en silencio, esperando o no. Los que se mueren de hambre. Los que miran las luces de la gran metrópoli desde la sombra de la alteridad, de la lejanía. Son nuestro Otro. Habría que asimilarlos para evitarles el estallido cruel de la invasión. Darles trabajo. Un salario que otorgo dignidad a ese trabajo, no una limosna asistencial (...) Viene desde lejos. 'Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convierte en una villa miseria de 10 millones de habitantes', escribía Rodolfo Walsh en 1977. También él, Walsh, hablaba de la 'miseria planificada'. Y se escandalizaba ante el 9% de desocupación. ¡Si viera esto! Todo gobernante tiene deudas con las expectativas que despierta. A Kirchner le pedimos que instrumente lo necesario para impedir un estallido parisino en Buenos Aires. No se lo pediríamos ni a Macri ni a López Murphy. Pero este pedido debe pesarle a Kirchner. Es bueno despertar esperanzas, pero se corre el riesgo de adormecerlas. En esa espera estamos. Sobre todo ellos. El Otro que nos mira desde la lejanía de la exclusión. A sus ojos somos una hoguera jubilosa y lejana. Hay que entregarles dignidad antes de que seamos el centro de su odio, el espacio de la destrucción".

Otra vez: estas líneas fueron escritas en 2005. A menos de dos años de la asunción de Kirchner.

Examinar la historia reciente a la luz de esta cita de Feinmann, sobre todo en el actual escenario político atravesado y condicionado por la tragedia de Once, con el condimento que significa la Cruzada de los medios dominantes para usufructuar la desgracia en detrimento del Gobierno Nacional, es una buena oportunidad para saltear el cerco del reduccionismo carroñero con el que el sistema  de medios dominantes intenta galvanizar a la sociedad.

Al parangonar los programas de ajuste con que buena parte de los gobiernos europeos transfieren al sector público las incongruencias asesinas de la banca privada del capitalismo de especulación financiera, al comparar aquello con la vivacidad de la discusión paritaria entre docentes y las administraciones centrales aquí en Argentina, se puede comprobar que el estallido que Feinmann temía se replicara en nuestro país no sucedió. Como contrapartida, los estallidos vuelven a sacudir los subsuelos de una Europa que cruje.

 ¿Por qué? ¿Por qué un país del “culo del mundo”, un enclave que recientemente había sido tierra fértil para la dinámica predadora del liberalismo salvaje en la zona más desigual del planeta, por qué ese país atraviesa una situación macroeconómica robusta, en la que el ajuste apenas suena en la literatura política -chata y equívoca, por cierto- de los medios propiedad del bloque de clases dominantes? ¿Por qué?

Esencialmente, porque un gobierno subordinó la economía a un proyecto de país en el que la política -encarnada en el Estado y la figura presidencial- volvería a retomar la conducción por sobre las prerrogativas atávicas de los sectores de la economía concentrada: el bloque de clases dominantes que bendijo la reprimarización de la economía, la destrucción del Estado, la atomización del tejido social, la balcanización de las instituciones, la erosión de las islas democráticas de la sociedad civil en las que se construía identidad y conciencia social -aquellas fueron reemplazados por algunos sectores privados que propalaron el credo neoliberal de la individualidad-.

¿Cómo, de qué manera este modelo político iniciado en 2003 logró apagar "el estallido parisino en Buenos Aires" y asimilar la alteridad? Asimilar la alteridad es la tarea imposible de este capitalismo -el que CFK en la última reunión del G20 llamó "anarco-capitalismo"- que, en sentido contrario, sólo profundiza el quiebre entre los oprimidos, aquellos que fueron expulsados a las márgenes del sistema, por el propio sistema claro.

Néstor Kirchner primero, y Cristina Fernández después, desarrollaron un programa contra-cíclico, heterodoxo, de corte popular. Populismo, sí. Las viejas recetas, los paradigmas, los discursos, la praxis política heredada de la dictadura burguesa genocida de los 70 y los neoliberalismos alfonsinista, aliancista, menemista y duhaldista fueron enfrentados sin dobleces. 

El peronismo Kirchnerista tuvo una cabal comprensión del tiempo histórico, a lo que se suma la voluntad política inquebrantable de avanzar en sentido popular para la concreción de una tarea histórica: recuperar el mandato del primer peronismo, para desarrollar integralmente un modelo de país afincado en un Estado de bienestar sostenido por la distribución de la riqueza, la movilidad social ascendente, la ampliación de la ciudadanía, la industrialización; sustentado por la cohesión en la visión geopolítica latinoamericanista.

REVOLUCIÓN

Aquel cúmulo de basamentos sirvieron para otorgarle dignidad a bastos sectores de la sociedad que carecían de ella, para restituir derechos, para ampliar ciudadanía, para incluir, para integrar, para cohesionar, para robustecer a los trabajadores. Por eso, desde hace un tiempo en este país, las movilizaciones populares no son en reclamo de la dignidad afanada, sino la expresión más acabada de lo avanzado: los reclamos son más sofisticados, justos claro que si, pero alineados con un país absolutamente diferente al de diciembre de 2001, e incluso mucho mejor que el de 2003, 2004 y 2005. Por eso, los métodos de reclamo (reitero: justos reclamos) también deberían tomar marices alineados con este cambio de época.

El estado de situación actual sería el siguiente: la política (encarnada en el Kirchnerismo) se incrustó en el centro de la escena del debate público y, como una cuña letal, retomó su papel central en el debate por el modelo de país para meterse de lleno entre los intereses corporativos, y de esta manera desbaratar el escenario de dominación y exclusión que las clases dominantes ejercían sin dificultad a través del Estado neoliberal furtivo que venían robusteciendo desde 1976 en adelante: porque manejaron la economía desde su poder concentrado a través de la banca privada y pública, desde el Banco Central, desde el desguace del Estado, desde el poder de las empresas, desde el enfoque especulativo del sistema financiero, desde la reprimarización de la economía, desde el control de la historia y de los medios de comunicación, desde la confección de planes de estudios direccionados en la formación de tecnócratas que administren la desigualdad en favor de la concentración y porque, fundamentalmente, se apropiaron de las estructuras partidarias convirtiendo a los políticos en gerentes de sus intereses.

Entonces el Kirchnerismo se convirtió, como no pasaba desde el primer peronismo (1945-1955), en un enemigo de ciertos poderes (los que hasta el 25 de mayo de 2003 habían digitado el rumbo político-económico-social-cultural del país) que reconocen en el kirchnerismo un enemigo que debe ser destruido.

Ese escenario (política vs. corporaciones) entró en una nueva etapa histórica desde octubre del año pasado: los casi 12 millones de votos que respaldaron a CFK le otorgaron la legitimidad necesaria para atacar una de las principales dificultades que encuentra el modelo nacional popular, que son las estructuras institucionales que el neoliberalismo salvaje moldeó a imagen y semejanza. ¿Qué quiere decir eso? La configuración de un Estado que administre las asimetrías para perpetuarlas, que garantice la primacía de los mercados (eufemismo que esconde los intereses del bloque de clases dominante) y la centralidad de las lógicas metropolitanas en detrimento de la diversidad, que resguarde la primacía de lo privado, que jerarquice el paradigma individualista y estadounidocentrista (con lo que eso implica: consenso de Washington, escuela de Chicago y más atrás Kissinger y la doctrina de seguridad nacional).

¿En qué consiste la nueva etapa? Se trata, básicamente, de desmalezar progresivamente el Estado neoliberal y la reconfiguración de la clase política, todo en sentido nacional popular. En esa construcción, juegan un papel central La Cámpora y las agrupaciones de juventud que acompañan al Kirchnerismo (el Empoderamiento Generacional: http://bit.ly/ArMU8u) , en tanto semillero: la formación de cuadros técnico – políticos es una de los pilares básicos que motorizan la dinámica y las lógicas de estas agrupaciones (en nuestra Ciudad La Cámpora, la JPBA, la Juventud para la Victoria, son ejemplos muy claros de ese estilo de construcción política basado no sólo en la acumulación, sino también en la generación de valor agregado para sus militantes).

Esa es la parte que no cuentan y que esconde desesperadamente los medios dominantes, que decidieron direccionar todo su poder de fuego para horadar a La Cámpora esencialmente, para construir una imagen distorsionada de la realidad en la que sus principales dirigentes son unos simples esbirros, mercenarios de traje y blackberry cuya única aspiración es tener un departamento en Puerto Madero. Grosero, rústico y ordinario el estratagema, pero entendible.

Además, las editoriales fogonean una supuesta antagonismo entre los jóvenes de La Cámpora y los funcionarios que provienen del peronismo; pretenden escenificar una toma del poder por los pibes. En realidad, el Empoderamiento Generacional (acá: http://bit.ly/ArMU8u) será saldado dialécticamente, en base a tres virtudes que la Presidenta nombró anoche en el discurso en el que presentó el Plan Nacional de Igualdad Cultural: “capacidad, contracción al trabajo y honestidad”. En esa misma pieza oratoria, la Presidenta dimensionó realmente el papel de La Cámpora. CFK subrayó que esa agrupación tiene 10 diputados nacionales, 6 provinciales, 3 intendentes, 2 viceministros y 15 concejales,  y luego parangonó esos datos con los números absolutos: alrededor de ocho mil concejales, 2200 intendentes y 312 funcionarios en el PEN. Finalmente, agregó que “en total en la República Argentina, de subsecretarios y funcionarios municipales, me refiero no a empleados, cargos directivos importantes políticos, hay 21.332. La poderosa organización tiene 39 en total sobre esos 21.332. La verdad que van a tener que laburar un poco más para ser tan poderosos”.

Perciben esos editorialistas, esta vez sí que bien rumbeados, que esos pibes formados política y técnicamente que ya ocupan algunos lugares en la gestión, y aquellos que conforman las bases que siguen el mismo camino formativo, conformarán una clase dirigente difícil de rebatir en el campo académico, teórico, en el ágora de debate político; y, esencialmente, saben que esos pibes conformarán una clase dirigente con una conciencia política nacional popular que no podrán comprar cuando, si es que alguna vez el voto popular consagra como gobierno a alguna expresión del conservatismo paleolítico, intenten desandar el camino iniciado el 25 de mayo de 2003.

Bajo la conducción de Cristina esos son los pibes que junto al resto de la dirigencia peronista Kirchnerista, darán sustento y que otorgarán densidad política a la reconfiguración del Estado: son los pibes que, a lo largo de batallas políticas ardorosas y soportando mentiras y deformaciones, van a darle continuidad al desmalezamiento del Estado neoliberal que moldearon los poderes fácticos para la dominación del Pueblo. El bloque de clases dominante configuró una estructura estatal y una sociedad civil funcional a un proyecto de país exclusivo, meramente agroexportador y con la teoría de un Estado chiquito, ausente y apenas útil para canalizar los reclamos de “los mercados”.

Eso es lo que no perdonan y por eso el ataque constante: no perdonan la organización en torno a un modelo de país distinto, no perdonan la idoneidad técnica – política; no perdonan los debates que plantean esos jóvenes, porque no conciben un país en el cual ellos no sean los dueños absolutos de las palabras; no soportan la convicción, no soportan a una juventud pletórica de energía, no soportan que en las entrañas de la Patria surja como un latido imparable la fuerza del cambio, de la transformación, de la inclusión. Allí viven esos jóvenes que desprecian, allí se organizan, allí recuperan la experiencia histórica de confluir con los sectores más vulnerables, para galvanizar una alianza que “va por todo”, allí donde la alteridad del OTRO (en términos de Feinmann) es receptada y canalizada institucionalmente. Y TODO es la construcción de una Patria más justa, libre y soberana, plural, democrática e inclusiva.

Por eso, el ataque a La Cámpora es un ataque hacia todos los jóvenes que militan en la construcción del Kirchnerismo, al margen de sus pertenencias particulares; es un ataque hacia aquellos jóvenes que habitan espacios políticamente diferentes pero que confían en la política como herramienta para la transformación; y es también un ataque a los jóvenes en general porque en la juventud reside el germen del cambio, la lucha, lo revulsivo, el debate. Y, se sabe, la mirada y la concepción que atávicamente expresan los editorialistas de los medios dominantes, desprecia y combate esas características porque, claro, ellos fueron siempre los dueños  de la palabra y del país. Hasta acá. Todos somos La Cámpora porque, como dijo la Presidenta ayer, “el mejor lugar para la juventud es la política”.

No hay comentarios: