"La alarma que vive Europa debe hundir sus raíces entre
nosotros -NDA: habla acerca de movilizaciones en Francia de desocupados- ¿Acaso
no es Buenos Aires la París de América Latina? No fue ese el título que
orgullosamente asumió esa oligarquía nuestra que, en lugar de un país, sólo
construyo una ciudad? (...) Cuántos excluidos esperan a las puertas de Buenos
Aires? No son los piqueteros. Los piqueteros queman neumáticos y tienen una
previsibilidad fatigosa. Son los que habitan el subsuelo de los piqueteros. Los
que están en silencio, esperando o no. Los que se mueren de hambre. Los que
miran las luces de la gran metrópoli desde la sombra de la alteridad, de la lejanía.
Son nuestro Otro. Habría que asimilarlos para evitarles el estallido cruel de
la invasión. Darles trabajo. Un salario que otorgo dignidad a ese trabajo, no
una limosna asistencial (...) Viene desde lejos. 'Basta andar unas horas por el
Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la
convierte en una villa miseria de 10 millones de habitantes', escribía Rodolfo
Walsh en 1977. También él, Walsh, hablaba de la 'miseria planificada'. Y se
escandalizaba ante el 9% de desocupación. ¡Si viera esto! Todo gobernante tiene
deudas con las expectativas que despierta. A Kirchner le pedimos que
instrumente lo necesario para impedir un estallido parisino en Buenos Aires. No
se lo pediríamos ni a Macri ni a López Murphy. Pero este pedido debe pesarle a
Kirchner. Es bueno despertar esperanzas, pero se corre el riesgo de
adormecerlas. En esa espera estamos. Sobre todo ellos. El Otro que nos mira
desde la lejanía de la exclusión. A sus ojos somos una hoguera jubilosa y
lejana. Hay que entregarles dignidad antes de que seamos el centro de su odio,
el espacio de la destrucción".
Otra vez: estas líneas fueron escritas en 2005. A menos de dos años
de la asunción de Kirchner.
Examinar la historia reciente a la luz de esta cita de
Feinmann, sobre todo en el actual escenario político atravesado y condicionado
por la tragedia de Once, con el condimento que significa la Cruzada de los
medios dominantes para usufructuar la desgracia en detrimento del Gobierno
Nacional, es una buena oportunidad para saltear el cerco del reduccionismo
carroñero con el que el sistema de
medios dominantes intenta galvanizar a la sociedad.
Al parangonar los programas de ajuste con que buena parte de
los gobiernos europeos transfieren al sector público las incongruencias asesinas
de la banca privada del capitalismo de especulación financiera, al comparar
aquello con la vivacidad de la discusión paritaria entre docentes y las
administraciones centrales aquí en Argentina, se puede comprobar que el
estallido que Feinmann temía se replicara en nuestro país no sucedió. Como
contrapartida, los estallidos vuelven a sacudir los subsuelos de una Europa que
cruje.
¿Por qué? ¿Por qué un
país del “culo del mundo”, un enclave que recientemente había sido tierra
fértil para la dinámica predadora del liberalismo salvaje en la zona más
desigual del planeta, por qué ese país atraviesa una situación macroeconómica
robusta, en la que el ajuste apenas suena en la literatura política -chata y
equívoca, por cierto- de los medios propiedad del bloque de clases dominantes?
¿Por qué?
Esencialmente, porque un gobierno subordinó la economía a un
proyecto de país en el que la política -encarnada en el Estado y la figura
presidencial- volvería a retomar la conducción por sobre las prerrogativas
atávicas de los sectores de la economía concentrada: el bloque de clases
dominantes que bendijo la reprimarización de la economía, la destrucción del
Estado, la atomización del tejido social, la balcanización de las
instituciones, la erosión de las islas democráticas de la sociedad civil en las
que se construía identidad y conciencia social -aquellas fueron reemplazados
por algunos sectores privados que propalaron el credo neoliberal de la
individualidad-.
¿Cómo, de qué manera este modelo político iniciado en 2003
logró apagar "el estallido parisino en Buenos Aires" y asimilar la
alteridad? Asimilar la alteridad es la tarea imposible de este capitalismo -el
que CFK en la última reunión del G20 llamó "anarco-capitalismo"- que,
en sentido contrario, sólo profundiza el quiebre entre los oprimidos, aquellos
que fueron expulsados a las márgenes del sistema, por el propio sistema claro.
Néstor Kirchner primero, y Cristina Fernández después,
desarrollaron un programa contra-cíclico, heterodoxo, de corte popular.
Populismo, sí. Las viejas recetas, los paradigmas, los discursos, la praxis
política heredada de la dictadura burguesa genocida de los 70 y los
neoliberalismos alfonsinista, aliancista, menemista y duhaldista fueron
enfrentados sin dobleces.
El peronismo Kirchnerista tuvo una cabal comprensión del
tiempo histórico, a lo que se suma la voluntad política inquebrantable de
avanzar en sentido popular para la concreción de una tarea histórica: recuperar
el mandato del primer peronismo, para desarrollar integralmente un modelo de
país afincado en un Estado de bienestar sostenido por la distribución de la
riqueza, la movilidad social ascendente, la ampliación de la ciudadanía, la
industrialización; sustentado por la cohesión en la visión geopolítica
latinoamericanista.
REVOLUCIÓN
Aquel cúmulo de basamentos sirvieron para otorgarle dignidad
a bastos sectores de la sociedad que carecían de ella, para restituir derechos,
para ampliar ciudadanía, para incluir, para integrar, para cohesionar, para
robustecer a los trabajadores. Por eso, desde hace un tiempo en este país, las
movilizaciones populares no son en reclamo de la dignidad afanada, sino la
expresión más acabada de lo avanzado: los reclamos son más sofisticados, justos
claro que si, pero alineados con un país absolutamente diferente al de
diciembre de 2001, e incluso mucho mejor que el de 2003, 2004 y 2005. Por eso,
los métodos de reclamo (reitero: justos reclamos) también deberían tomar
marices alineados con este cambio de época.
El estado de situación actual sería el siguiente: la
política (encarnada en el Kirchnerismo) se incrustó en el centro de la escena
del debate público y, como una cuña letal, retomó su papel central en el debate
por el modelo de país para meterse de lleno entre los intereses corporativos, y
de esta manera desbaratar el escenario de dominación y exclusión que las clases
dominantes ejercían sin dificultad a través del Estado neoliberal furtivo que
venían robusteciendo desde 1976 en adelante: porque manejaron la economía desde
su poder concentrado a través de la banca privada y pública, desde el Banco
Central, desde el desguace del Estado, desde el poder de las empresas, desde el
enfoque especulativo del sistema financiero, desde la reprimarización de la
economía, desde el control de la historia y de los medios de comunicación,
desde la confección de planes de estudios direccionados en la formación de
tecnócratas que administren la desigualdad en favor de la concentración y
porque, fundamentalmente, se apropiaron de las estructuras partidarias convirtiendo
a los políticos en gerentes de sus intereses.
Entonces el Kirchnerismo se convirtió, como no pasaba desde
el primer peronismo (1945-1955), en un enemigo de ciertos poderes (los que
hasta el 25 de mayo de 2003 habían digitado el rumbo político-económico-social-cultural
del país) que reconocen en el kirchnerismo un enemigo que debe ser destruido.
Ese escenario (política vs. corporaciones) entró en una
nueva etapa histórica desde octubre del año pasado: los casi 12 millones de
votos que respaldaron a CFK le otorgaron la legitimidad necesaria para atacar
una de las principales dificultades que encuentra el modelo nacional popular,
que son las estructuras institucionales que el neoliberalismo salvaje moldeó a
imagen y semejanza. ¿Qué quiere decir eso? La configuración de un Estado que
administre las asimetrías para perpetuarlas, que garantice la primacía de los
mercados (eufemismo que esconde los intereses del bloque de clases dominante) y
la centralidad de las lógicas metropolitanas en detrimento de la diversidad,
que resguarde la primacía de lo privado, que jerarquice el paradigma individualista
y estadounidocentrista (con lo que eso implica: consenso de Washington, escuela
de Chicago y más atrás Kissinger y la doctrina de seguridad nacional).
¿En qué consiste la nueva etapa? Se trata, básicamente, de
desmalezar progresivamente el Estado neoliberal y la reconfiguración de la
clase política, todo en sentido nacional popular. En esa construcción, juegan
un papel central La Cámpora y las agrupaciones de juventud que acompañan al
Kirchnerismo (el Empoderamiento Generacional: http://bit.ly/ArMU8u) , en tanto
semillero: la formación de cuadros técnico – políticos es una de los pilares
básicos que motorizan la dinámica y las lógicas de estas agrupaciones (en
nuestra Ciudad La Cámpora, la JPBA, la Juventud para la Victoria, son ejemplos
muy claros de ese estilo de construcción política basado no sólo en la
acumulación, sino también en la generación de valor agregado para sus
militantes).
Esa es la parte que no cuentan y que esconde
desesperadamente los medios dominantes, que decidieron direccionar todo su
poder de fuego para horadar a La Cámpora esencialmente, para construir una
imagen distorsionada de la realidad en la que sus principales dirigentes son
unos simples esbirros, mercenarios de traje y blackberry cuya única aspiración
es tener un departamento en Puerto Madero. Grosero, rústico y ordinario el
estratagema, pero entendible.
Además, las editoriales fogonean una supuesta antagonismo
entre los jóvenes de La Cámpora y los funcionarios que provienen del peronismo;
pretenden escenificar una toma del poder por los pibes. En realidad, el
Empoderamiento Generacional (acá: http://bit.ly/ArMU8u) será saldado
dialécticamente, en base a tres virtudes que la Presidenta nombró anoche en el
discurso en el que presentó el Plan Nacional de Igualdad Cultural: “capacidad,
contracción al trabajo y honestidad”. En esa misma pieza oratoria, la
Presidenta dimensionó realmente el papel de La Cámpora. CFK subrayó que esa
agrupación tiene 10 diputados nacionales, 6 provinciales, 3 intendentes, 2
viceministros y 15 concejales, y luego
parangonó esos datos con los números absolutos: alrededor de ocho mil
concejales, 2200 intendentes y 312 funcionarios en el PEN. Finalmente, agregó
que “en total en la República Argentina, de subsecretarios y funcionarios
municipales, me refiero no a empleados, cargos directivos importantes
políticos, hay 21.332. La poderosa organización tiene 39 en total sobre esos
21.332. La verdad que van a tener que laburar un poco más para ser tan
poderosos”.
Perciben esos editorialistas, esta vez sí que bien
rumbeados, que esos pibes formados política y técnicamente que ya ocupan
algunos lugares en la gestión, y aquellos que conforman las bases que siguen el
mismo camino formativo, conformarán una clase dirigente difícil de rebatir en
el campo académico, teórico, en el ágora de debate político; y, esencialmente,
saben que esos pibes conformarán una clase dirigente con una conciencia
política nacional popular que no podrán comprar cuando, si es que alguna vez el
voto popular consagra como gobierno a alguna expresión del conservatismo
paleolítico, intenten desandar el camino iniciado el 25 de mayo de 2003.
Bajo la conducción de Cristina esos son los pibes que junto
al resto de la dirigencia peronista Kirchnerista, darán sustento y que
otorgarán densidad política a la reconfiguración del Estado: son los pibes que,
a lo largo de batallas políticas ardorosas y soportando mentiras y
deformaciones, van a darle continuidad al desmalezamiento del Estado neoliberal
que moldearon los poderes fácticos para la dominación del Pueblo. El bloque de clases dominante configuró
una estructura estatal y una sociedad civil funcional a un proyecto de país
exclusivo, meramente agroexportador y con la teoría de un Estado chiquito,
ausente y apenas útil para canalizar los reclamos de “los mercados”.
Eso es lo que no perdonan y por eso el ataque constante: no
perdonan la organización en torno a un modelo de país distinto, no perdonan la
idoneidad técnica – política; no perdonan los debates que plantean esos
jóvenes, porque no conciben un país en el cual ellos no sean los dueños
absolutos de las palabras; no soportan la convicción, no soportan a una
juventud pletórica de energía, no soportan que en las entrañas de la Patria surja
como un latido imparable la fuerza del cambio, de la transformación, de la
inclusión. Allí viven esos jóvenes que desprecian, allí se organizan, allí
recuperan la experiencia histórica de confluir con los sectores más
vulnerables, para galvanizar una alianza que “va por todo”, allí donde la
alteridad del OTRO (en términos de Feinmann) es receptada y canalizada
institucionalmente. Y TODO es la construcción de una Patria más justa, libre y
soberana, plural, democrática e inclusiva.
Por eso, el ataque a La Cámpora es un ataque hacia todos los
jóvenes que militan en la construcción del Kirchnerismo, al margen de sus
pertenencias particulares; es un ataque hacia aquellos jóvenes que habitan
espacios políticamente diferentes pero que confían en la política como
herramienta para la transformación; y es también un ataque a los jóvenes en
general porque en la juventud reside el germen del cambio, la lucha, lo
revulsivo, el debate. Y, se sabe, la mirada y la concepción que atávicamente
expresan los editorialistas de los medios dominantes, desprecia y combate esas
características porque, claro, ellos fueron siempre los dueños de la palabra y del país. Hasta acá. Todos
somos La Cámpora porque, como dijo la Presidenta ayer, “el mejor lugar para la
juventud es la política”.
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