- ¿La deontología profesional?
- ¿El morbo como tendencia movilizadora que determina nuestra conciencia social y/o humana?
- ¿La "cantidad" de ética y moral (o la falta de ellas) que poseen los directores de medios, periodistas y argentinos en general?
En realidad, la discusión principal era (es) acerca de la concepción de los medios de comunicación.
Es decir: la defensa de la postura que defiende, por ejemplo, la publicación de las fotos de Jazmín muerta en la bañera, tiene como único respaldo la naturaleza meramente comercial de los medios. La ecuación que fundamenta ese accionar es simple: si vende, si genera audiencia cautiva, si se puede hacer encajar el morbo dentro de alguna estructura periodística, pues entonces es válido. Porque, de esa manera (brutal pero efectiva, dirán) se puede cumplir el objetivo medular del medio de comunicación: ganar dinero, vender diarios, liderar el rating.
Esa es la posición conceptual e instrumental que, de alguna manera, guía a los medios estructurados en torno de lógicas meramente comerciales y, especialmente, a los que detentan posiciones dominantes. Mejor: las herramientas o los elementos noticiosos pueden variar (morbo, extorsión, presión, tergiversación de la realidad para acomodarla a intereses particulares etc). Pero siempre, la razón de ser es la primacía económica.
Esa naturaleza, ese fundamento esencialmente empresario que sobre-determina la práctica comunicacional, ¿es prohibitiva para desarrollar una comunicación ligada a otros valores? No necesariamente, pero la evidencia que arroja treinta años de desarrollo comunicacional en esos términos en la Argentina, actúa como sentencia: el criminal eufemismo “la crisis causó dos nuevos muertos”, entre una multitud de ejemplos similares, pone límites que encierran la comunicación en un campo vaciado, estructurado en un verticalismo no representativo, dirigido por una unidireccionalidad antipopular, y sostenido conceptualmente sobre una esencia alejada del pluralismo.
Entonces: las fotos de Jazmín y el eufemismo de Clarín son expresiones distintas de una misma lógica (al margen de las categorías que la "Academia" instrumenta para definir los estilos que definen a las empresas periodísticas).
El desarrollo de una nueva estructura comunicacional, sostenida en nuevos valores y paradigmas con anclaje en la sociedad, no va a impedir la existencia de despropósitos periodísticos, pero sí debe convertirse en el ariete de una batalla cultural vital en la que deberían involucrarse la mayoría de los argentinos posibles. Porque la comunicación es política, y por aquello que expuso Bertolt Bretch sin eufemismos: “(…) El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Y habría que agregar: la ignorancia de aquellos que desprecian la política es una forma de fortalecer los monopolios comunicacionales que expoliaron nuestras culturas hasta reducirlas a la imagen y al relato que, desde sus particularísimos intereses, proyectan como forma de dominación sobre todo el pueblo.
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