miércoles, 28 de septiembre de 2011

Escuchar a Cristina...

El modelo político que Néstor Kirchner inició a nivel nacional en 2003, y que hoy conduce Cristina Fernández ha modificado las bases simbólicas y programáticas que durante décadas dictaron el pulso y marcaron el rumbo del país... o, al menos, ha logrado inocular en diversos nichos de esas estructuras una impronta nacional y popular en muchos casos irreversible. La tarea en el próximo ciclo de gobierno de la estadista más poderosa de la historia de esta Nación, será institucionalizar ese modelo: la Universidad, el Estado, el poder judicial (siempre respetando las instituciones y su independencia ehh, no vaya a ser cosa que nos digan totalitarios o algo por el estilo). Profundización le dicen.

En la dimensión de la producción de sentidos, estos ocho años de populismo en su versión kirchnerista (como dice Artemio López) han generado una revolución. Digresión: una definición de Revolución afirma que "los cambios revolucionarios, además de radicales y profundos, han de percibirse como súbitos y violentos, como una ruptura del orden establecido o una discontinuidad evidente  con el estado anterior de las cosas que afecte de forma contundente a las estructuras".  

Se puede negar que los cambios propiciados por el Gobierno han sido violentos y súbitos? Claro que no puede negarse: para los poderes económicos concentrados, para el poder real, para las corporaciones, para los dirigentes que se dejaron cooptar por aquellos y vaciaron de contenido las estructuras de los partidos y las convirtieron en meras maquinarias electorales, para todos ellos estos son tiempos violentos porque la política vuelve a estar al alcance de las mayorías populares como herramienta de transformación en sentido positivo y popular; porque el Estado recupera un rol central y estratégico, porque el Estado vuelve a estar al servicio del pueblo que es, en definitiva, estar al servicio de los intereses nacionales, porque la política subordina a la economía y esta comienza a cambiar su matriz de especulación financiara por otra productiva, inclusiva y distributiva. Claro que son tiempos violentos para ellos. Claro que todo esto pasó en un abrir y cerrar de ojos: hace menos de 10 años el país se prendía fuego. Hace 8 años iniciaba su ciclo un Presidente con un porcentaje de votos menor que el índice de pobreza. Hace 7 años se bajaron los cuadro, hace 6 años se le pagó la deuda al FMI, hace 2 años se sancionó la ley de servicios de comunicación audiovisual y se instrumentó la Asignación Universal por Hijos. Hace un año que el chavón se convirtió en leyenda y ya no es, apenas, el dirigente político más importante del país, sino que es el motor de las conciencias de millones de pibes y pibas que se incorporan a la política.

Por eso la revolución.

Decíamos que, en la dimensión de la producción de sentidos, hay una revolución en marcha. Un ejemplo pequeño, a escala: escuchar a Cristina se convirtió en un ritual para una enorme cantidad de personas.

Acá en la redacción del diario, hubo un momento eterno: cuando Del Potro jugó (y ganó) la final del US Open ante Roger Federer, toda la redacción (más de 50 tipos y tipas que representaban una enorme heterogeneidad: desde fanáticos del deporte hasta algunos a los que el tenis no puede importarle menos...salvo en ese segundo) palpitó en un silencio sagrado el último punto, el que le dio la victoria al tandilense. Luego, una explosión cuando el éxito era parte de la "realidad efectiva".

Aquel instante había tenido replicas similares, siempre en circunstancias deportivas, pero nunca de la tensión de ese día de septiembre de 2009.

Aquel instante fue superado hace poco: el 21 de junio de este año, a la nochecita, CFK anunciaba que se iba a "someter, una vez más, a la voluntad del pueblo". A medida que transcurría el discurso, y los periodistas de política iban advirtiendo que se venía el anuncio, toda la redacción se arremolinó alrededor de los dos televisores, en un amontonamiento parecido al que generan los pibitos cuando se aprestan a recibir el glorioso contenido de la piñata en algún cumpleaños: empujones en busca del mejor lugar, chistidos para hacer callar a algún desubicado que quería meter un bocadillo en medio de la alocución de la Presidenta.
A medida que el anuncio se demoraba, la tensión y el silencio se hicieron insoportables. Hasta que CFK lo anunció, para generar otro estallido. Esta vez, el estallido tenía matices porque, claro, en la redacción hay de todos: compañeros, camaleones, gorilas y gorilos, gordas resentidas, tilingas  antiperonistas, kiosqueros de ocasión, jefes y plebeyos. Todos dijeron algo. Todos se movilizaron, se sintieron interpelados.

Ese ritual es recurrente, con un grado menor de solemnidad, claro. Siempre, hay un grupo frente al televisor cuando habla CFK: redactores, fotógrafos, diseñadores, retocadores, jefes, secretarias. Siempre, el volumen alto y los dos televisores de la redacción con CFK en primer plano. Todos los días. A la tardecita, muchas veces. Escuchando un discurso. Escuchando a la estadista, a la mujer, al cuadro, o a la yegua. Escuhándola todos ellos. Admirándola, o insultándola (las menos, las mismas dos gorditas que no pueden consigo mismo ni con su resentimiento machista), cuestionando, aprendiendo. Un nuevo ritual. Un nuevo país.


No hay comentarios: