lunes, 11 de julio de 2011

CARACÚ

Caracú, una revista corte popular. Así se llama el excelente producto comunicacional que armaron los pibes y pibas del Centro Cultural Oesterheld de La Plata (sí, los de Nunca Menos) y del que nos permitieron ser parte en su primer número escribiendo un artículo. La revista es temática y cada número abordará un eje conceptual que se atacará desde diferentes perspectivas. En la primera edición se trató de Hegemonía, cultura y Kirchnerismo y participaron, entre otros, Hernán Brienza, el mismisimo Buyú, Daniel Belinche (subsecratario de educación provincial), Hank Soriano, Martín Pique

La revista la pueden ver acá en su edición digital. En la página 6 está nuestra nota que reproducimos acá abajo.

BETTY BOOP, SARLO Y CLASE K: DE HEGEMONÍA Y TRIUNFO


Recién llego de la CABA, vengo del programa de Alfredo Leuco en Canal 26. En el estudio estaba Beatriz Sarlo: una grossa, no hay dudas. Pero tampoco me quedan dudas, sobre todo después de escuchar con atención a Betty, de un triunfo. De una victoria subterránea.

En el programa de cable del periodista cordobés, Sarlo fue a hacer “propaganda” (como a ella le gusta calificar a la publicidad ligada al Kirchnerismo) de su último libro “La audacia y el cálculo”, en donde hace un análisis de “la era K” y de la hegemonía cultural K. Fue Sarlo la primera de los intelectuales opositores (quizás de todo el arco intelectual, a secas) que comenzó a expresar esa idea. Muy interesante, por cierto. Alude a un debate complejo y fundamental. Fundacional. Sin embargo, acabo de ver en Canal 26 como Sarlo recula. “Recalculando”, como dice la publicidad del jugo.

Es que Betty, que escribe en La Nación y cuyo último libro fue publicado por editorial Sudamericana, también está expuesta y forma parte del entramado de producción de sentido, de la industria cultural y de sus relaciones económicas. A pesar de ese aire de revolucionaria chic, del tipo “te cito a Sartre y a Raymond Aron” y te canto la justa de Perón y Montoneros. Pues entonces hay que recalcular. Digamos que si el Kirchnerismo ganó la “batalla cultural”, entonces abreviemos esa batalla. Expulsémosla hacia los márgenes, hacia un universo compuesto apenas por el lumpenaje ultra-kirchnerista y las “pocas personas” a las que le interesa la política en la tierra de Evita, Maradona, Gardel y Gabriela Michetti.

Entonces, en Canal 26 y ante la atenta mirada de otros intelectuales de fuste como Leuco y Pepe (Pepe es Eliaschev, como Mauricio es Macri, ¿no?), Sarlo lo hace (casi como Me**n, que lo hizo): reduce el cosmos de la batalla cultural a los televidentes de 6,7,8 y a los “activistas” de las universidades. Y poco más que eso. Sarlo se ve obligada a diezmar su propio análisis que, con certeza y agudeza, había trazado el boceto de un debate hondo.

Beatriz Sarlo es, digámoslo compañeros, una intelectual de la hostia, muy a pesar de esta versión Betty Boop más ligada a las necesidades del mercado: JP Feinmann (no es una agrupación, es otro intelectual. ¡Paremoslá con querer aparatear todo cumpas!) publicó El Flaco, entonces hay que equilibrar y poner un libro a esa altura pero en sentido contrario. Los mercados. La batalla cultural. Las editoriales. La soja y las formas de producción. Todos somos burgueses o queremos serlo. Es encantador ver a Sarlo: es una señora mayor, diminuta físicamente; expresa un look refinado, europeo (eso es un piropo) con esas medias cancan amarillas y ese vestido hasta las rodillas y los zapatos que parecen combinar con todo, hasta con los colores del estudio; el maquillaje cuidado y las cadenas de oro alrededor de ese cuello frágil y rociado con un perfume inquietante. Se va Betty del canal, escoltada por un productor y saludada y felicitada por todos los que estamos allí. Una delicia. ¡Que cagada che!, no tener 50 años más…o 50 años menos.

UNA CLASE K. Pero la cosa es hablar de música. ¿Qué tiene que ver Clase K, con Sarlo y la hegemonía cultural? Nada. O todo. Vos fijate.

"En el barrio comentaban, que la cosa iba a cambiar/ la gente esperanzada, le rezaba al General/ Después de 4 años, Tío Néstor nos cumplió apoyamos el proyecto, para la transformación. /Cristina, sos el campo popular, Cristina junto a vos vamos a estar/ Cristina gobernando la Nación, el cambio recién empieza. / Junto a Néstor Conducción".

Eso es un fragmento de la canción “El cambio recién empieza” de la banda La Clase K, Cumbia Social. Quizás algunos seguidores que leen a Sarlo pero que entienden mejor o prefieren a Luis Majul (perdón Betty, pero es que están del mismo lado) tienen una respuesta obvia para eso: la billetera del inefable Néstor Kichner no sólo podía comprar voluntades en el Congreso, hacer negocios con el capital concentrado para beneficiar a sus amigos o generar un ejército de vagos adictos con la AUH: también podía, cómo no, comprar un grupito de pibes para que hagan “propaganda” popular desde una cumbia desafinada y un tanto fuera de tempo. Lo que no podría explicar esa versión del mundo es la pasión militante, el convencimiento genético y el amor que esos pibes le meten a lo que hacen.

La Clase K nació como banda de cumbia en 2007, conformada por militantes de un comedor comunitario de Alejandro Korn, en el sur del conurbano bonaerense. La idea de la banda surgió de los propios chicos que militan, que a través de la música querían demostrar sus ideales y su forma de ver la política. Las letras de los temas se discuten, se piensan, se debaten. “La idea es hacer una cumbia social, con contenido”, afirman cada vez que pueden los pibes.

La Clase K compone, canta y milita en los mismos lugares y en la misma sintonía que muchos de los militantes que habitamos en el kirchnerismo: estuvieron acá en La Plata, en el Karnaval para Todos, cuando vino Chávez a la Facultad de Periodismo, en el Festival por los Derechos Humanos y la Democracia…

La Clase K, en tanto grupo de jóvenes organizados (en la militancia barrial y en un grupo de cumbia) son emergentes de este tiempo histórico, son emergentes del kirchnerismo y son la consecuencia de la hegemonía cultural (en términos de Gramsci, que se diferencia de la dominación coercitiva, vertical) que no se reduce, como dice Sarlo, a los televidentes de 6,7,8. La Juventud es el principal emergente de este modelo político y social que antes del 25 de mayo de 2003 no estaba politizado.

Dice Sarlo en La Nación: “Durante el primer peronismo, los chicos de los campeonatos infantiles cantaban una marcha cuyos dos primeras versos eran: `A Evita le debemos nuestro club, por eso le guardamos gratitud´. No se trataba de una fantasía. Hoy, marchas como ésa ya no expresan la estética popular; es el momento de los candombes (todavía nos deben una cumbia) cuya letra no podría ser `A Néstor le debemos nuestro club´.

Una vez más, Sarlo queda desautorizada por la realidad que, dicen, es la única verdad. Claro que le métrica o la estética del cancionero popular no es ni siquiera parecida a los hits de los años 50. Pero lo que expresaban esas marchas y lo que dicen estas canciones es la misma cosa. La miopía intelectual no permite ver que las consignas de los militantes, que La Clase K devuelve en canciones (aunque muchas veces desalineadas y, ciertamente, poco agradables al oído) son el reflejo de las conquistas de este tiempo: la AUH, ley de medios, matrimonio igualitario, jubilaciones dignas, puestos de trabajo generados. Aunque a Sarlo le cueste creerlo, todo eso se traduce en canciones y, además, este tiempo también aporta, muchas veces (como en Nunca Menos), la belleza estética que faltaba en las marchas blanco y negro. En las proximidades de este hecho, merodea un triunfo que prescinde de las coyunturas electorales.

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