POR BERTIZTUA
Más bocón, menos seso.
La nata es una membrana fina, con poca sustancia, que suele cubrir la buena leche.
Lo importante, se sabe, queda allí abajo, oculto hasta el próximo hervor. Así, cualquiera podría confundirse pues su aspecto no cambia demasiado en la mayoría de los casos. Hay uno especial que nunca estuvo más allá de la página doce ni de una pobre crítica y algún intento de contar la historia. También le llegó su día D y se repudrió de que se hable de dictadura. Su amigo Eduardo, el de la voz gruesa, lo acomodó en el éter y en su tinta. Le hizo pelo y barba.
La nata no ve la realidad y tal el ciego inconsolable del verso de Carriego, fuma, fuma y fuma sentado en el umbral sórdido y cada vez más solitario de Mañeto.
La nata somatiza su nueva, pobre y triste actualidad: el cráneo que fuera brillante, se estrecha con el correr del tiempo de sus nuevos acuerdos; la boca, que supo ser filosa y tajante, ahora se ensancha cual trabuco naranjero para disparar todo cuánto se le cargue, de manera indiscriminada.
Estos cerebros idos a menos, se sabe, no tienen Memoria.
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