El verano se estira un poco y nos regla otro día peronista antes de darle paso al otoño, que empieza a mostrar su presencia en las tardecitas bien frescas. Por eso, y a pesar de que el sol calienta (pero no quema), la estación de trenes de La Plata está llena de pibes que traen banderas, manga corta, anteojos de sol y buzos y camperas en la mano…para la tardecita, “cuando refresca”.
Es 24 de marzo, y la resignificación profunda que nos va legando este tiempo histórico convirtió este día en una fecha de militancia multitudinaria, de encuentros heterogéneos, de festividad, de confluencia intergeneracional donde convergen consignas, certezas, simbología, esperanza, doctrina, ideología. Y donde conviven también, claro que sí, las diferencias, los resquemores, malestares, odios solapados.
El viaje en tren (puntual, a las 16.20 parte de ese monumento arquitectónico que es la estación de La Plata) es placentero: la temperatura ideal, el sol que entra de costado por las ventanas y varios vagones del tren repletos de volumen político. Algunos leen un libro, otros se trenzan en debates interesantes, un par van capturando imágenes con una ultra-moderna cámara que entra en la palma de la mano. Todo es militancia: el video derivará en un corto documental, las discusiones se trasladarán hacia la conformación de la agenda de la agrupación, las nociones que se aprehenden de la novela serán parte de la formación integral del futuro cuadro. Hay espasmos, porque es Juventud: las banderas se cuelan entre las ventanas y las consignas hecha canción atronan en la formación del Roca con destino Constitución. La Juventud para la Victoria de La Plata viaja hacia el encuentro con la historia. Esa que se construye en tiempo real. Al palo.
La Plata – Constitución – subte hasta Avenida de Mayo. La última vez que completamos este trayecto las espaldas venían cargadas de dolor. Profundo, espeso dolor filial. Ahora, a contrapelo de aquella vez, desde el último tramo antes de emerger en la 9 de Julio desde las entrañas de la tierra, nos recibe un hálito espeso y un ronquido maquinal y profundo que suena en el estómago: los bombos y los cantos nos envuelven. Aquella vez, la última vez que vinimos a la plaza, el 27, un silencio ensordecedor construía una paradoja terrenal: decenas de miles de personas caminaban en un silencio onírico.
Entrar a Avenida de Mayo es una tarea titánica, imposible a esa hora. La escena es cinematográfica: por la 9 de Julio convergen varias columnas multitudinarias (Cámpora, JUP, Peronismo 26 de Julio, Frente Tansversal, Partido Comunista, Nuevo Encuentro: no se ve hacia adelante otra cosa que no sean cabezas y cuerpos apretujados; lo mismo hacia atrás y para los costados) que pujan por entrar en la calle que desemboca en la plaza. Sin embargo por esa vía, por Avenida de Mayo, una inmensa columna de varias cuadras del PO (peó: Partido Obrero) llega muy atrasada en dirección de la plaza (las agrupaciones de izquierda antikirchneristas se reunían un par de horas antes). El escenario, entonces, es magnífico: por Av. De Mayo, se forma un delgadísimo pasillo por donde desfila la columna de varias cuadras del peó; encima de esa hilera, por ambos lados de la 9 de Julio (calle que quedó dividida en dos debido a esa fila de “troskos”) los peronistas-kirchneristas se abalanzan sobre ellos. Quedan cara a cara: los del peó marchando hacia la plaza y custodiados por la “cadena” de militantes que enlazados por los brazos forman el pasillo; los K esperando para tomar Av. de Mayo e ingresar.
Por el pasillo marchan militantes, murgas y hasta camionetas que trasladan enormes parlantes desde los que suenan consignas. A ambos lados de ese corredor improvisado, los kirchneristas se impacientan y le cantan en la cara a los del peó: “vení contame de tus desaparecidos/ en 8 años de represión/cuando caían los soldados de Perón ¿Qué pasó con Altamira?/ el puto se fue a Brasil/cuando pararon los tiros se volvió con Alfonsín.”
Los custodios del pasillo, impávidos, responden en sintonía con las consignas que suenan en los altoparlantes móviles. El puño en alto, el gesto recio y la arremetida contra Pedraza y la “burocracia sindical”. Rematan con un “Mariano Ferreyra/hasta la victoria siempre.”
Es un face to face ardoroso, real, crudo. No hay matices. Ni de un lado ni del otro. Pero el repiqueteo maquinal de los chicos del peó es tan obtuso como la praxis de sus rancios dirigentes: en esa concepción es lo mismo CFK que Menem, Pedraza es tan detestable como Moyano y el Movimiento Obrero organizado es tan corrupto como el neoliberalismo militar. Fustigan a la democracia burguesa desde los márgenes, sin involucrarse para no perder su auto-pretendida superioridad moral sin darse cuenta que, desde el barro, un flaco sureño logró que la percepción de la verdad y de la justicia de nuestra sociedad configuren los 24 de marzo como fiestas que nos comprometen a todos en la búsqueda de más Memoria, más Verdad y más Justicia.
Pienso, entonces, en un párrafo del documento que la Juventud Platense para la Victoria elaboró para este 24: “…Desde la Juventud Platense para la Victoria celebramos los logros alcanzados, que son muchos y grandes. Sabemos también que lo que resta por hacer es aún mayor. Las desapariciones de Jorge Julio López y Luciano Arruga, el asesinato de Mariano Ferreyra, el trabajo en negro, los núcleos duros de pobreza y desocupación, y las dificultades en el acceso a la vivienda son heridas que calan hondo en la causa popular. Una concepción integral de los DDHH y la convicción en la posibilidad de transformación hacia una Argentina más inclusiva, justa y soberana, son el motor de cambio que desde la Juventud consideramos indispensables para las conquistas futuras.”
Cuando desembocamos en la plaza, nos recibe un inflable gigante de NK, que desde ahí arriba mira hacia Av. de Mayo a los que vienen entrando. Kirchner demostró que las banderas (ideales) no se dejan en el umbral de la entrada al poder. Así lo hizo y luchó en el barro para que esta época pueda parir un concepción de los DDHH que revisa y se compromete con el pasado para comprender y desentramar el presente; para proyectar en el futuro un país con Memoria, Verdad, Justicia; más igualitario, más inclusivo, con más oportunidades. Por eso, también debemos levantar las banderas de López, Arruga y Ferreyra. Porque somos los únicos capaces de dar las batallas reales por esas causas, y no sólo conformarnos con la trinchera retórica y la superioridad moral. Porque, además, está en nuestra impronta peronista la conformación de una hegemonía política (en términos de Gramsci) que contenga y satisfaga las demandas de todos los sectores de la sociedad. Sin excepción.
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