Un amigo nos reenvía una reflexión en forma de mail. El autor es Oveja.
Hoy frente a casa había una piba de unos 20 años con una señora. La piba, con un plano en la mano, decía:
-Mamá por acá me dijeron que empezara. Ah, entonces son estos departamentos le contestaba la mujer.
Me enterneció la responsabilidad de esta piba respecto del trabajo que preparaba para el miércoles y me pareció maravilloso que la madre la apoyara en esa tarea.
Pero también pensé cómo puede haber tanto odio y necesidad de pudrir a esta sociedad para que los medios nos inciten a no atender a esta piba y a otros miles que mañana nos estarán haciendo un favor, cómo puede ser que no nos alienten a convidarle un vaso de agua, un mate o un café, cómo se puede ser tan miserable para especular con el miedo.
El censo se hace en todo el mundo cada 10 años, en los años terminados en cero. Entonces, se preguntarán por qué los dos últimos fueron en 1991 y 2001. La respuesta simple: no hubo plata en 1990 y tampoco en el 2000 para hacerlo. Hoy cuando se habla tanto del INDEC, no se dice que somos de los pocos países en el mundo que en esa época no pudo o no quiso realizar el censo cuando todo el mundo lo hacía.
He escuchado todos estos días un montón de estupideces sobre el censo, basadas en la ignorancia o la mala fe. Pero el censo es vital para conocer y proyectar. Cada vez que se planifica una red de agua, un transporte o el comercial más simple que se les ocurra se utilizan los datos del censo.
Cuando se quiere saber cuanta soja o acero consumirá el mundo se necesitan los datos del censo, cuando hay que hacer aulas también. El censo es la más elemental pero también fundamental de las estadísticas socioeconómicas.
Con el Censo se puede conocer la historia de un país y prever su futuro. Mañana ofrezcámosle al censista un vaso de agua.
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