Salgo del gimnasio después de hacer fuerza al pedo durante 45 infinitos minutos y el barrio adyacente a diagonal 80 está alborotado, aún más de lo habitual a esta hora pico: la 1 de la tarde.
Diagonal 80 es una populosa y popular arteria de La Plata. En la zona que va desde calle 49 hasta la Estación es por donde me muevo como pez en el agua porque desde hace 7 años que vivo y trabajo por ahí: cuando laburaba en el diario El Dia, ubicado en diagonal 80 y 46, yo vivía en 46 entre 2 y 3. Es decir, a 1 cuadra y media. Ahora, que vivo sobre calle 48 a media cuadra de la diagonal en cuestión, el diario Diagonales está por acá nomás, a 3 cuadras.
Diagonal 80 está casi siempre a full. Mucho comercio abigarrado en una mixtura exótica: un localcito extensión de la feria paraguaya que vende 5 pares de medias a 12 pesos al lado de una carnicería extrapolada del circuito palermitano de la carne, ese de 23 pesos el kilito de picada; enfrente, sobre la diagonal y 5, bien en la esquina, una panadería saladita y bien paqueta: un local amplísimo, bien alto, de frente vidriado de pies a cabeza. Allí, la docena de facturas cotiza 24 pesos. Pero a la vueltita de ahí, sobre calle 49, una excelente verdulería de cumpas bolivianos que oscila entre precios exorbitantes y ofertas que dejan alucinadas a las abuelas. Todo eso adornado por la coyuntura edilicia de la mayoría de las verdulerías: un nicho ultratumba, siempre con una radiecito colgada de la pared que devuelve cumbias pegadizas.
Hay mucho sobre este tramo de diagonal 80. Hay bancos (Credicoop, el HSBC), pizzerías y alguna muy buena casa de pastas (San Ponciano, de lo mejor de la ciudad); sobre 48 y la diagonal, en la esquina, la iglesia San Ponciano. Ahí se casaron Perón y Evita. Hay de todo en diagonal 80: sudafricanos vendiendo "joyas" en su inteligible idioma de chapucero internacional, BlockBusters del conurbano que venden por 5 pesitos lo último de lo último de Hollywood; puestos ambulantes que venden desde anteojos para lecturas sesgadas hasta el tomate que reventás contra el piso y se rehace en un instante metafísico, casi como el milico de Terminator 2.
Hay de todo en la diagonal, la primera que me enseñó a caminar mi hermano cuando llegué a La Plata hace casi 7 años: él vendía sanguches en la puerta del Bingo, farabuteba con los tacheros duros en las noches heladas y húmedas de la ciudad allá enfrente al Bingo, sobre la diagonal pasando la Estación, cerquita del hipódromo. Mi hermano, el Cuchi, pateó la ciudad que no vemos cuando miramos. La ciudad alejada (no físicamente, porque está ahí, forma parte de la cautivadora belleza edilicia y urbanística de Plaza Moreno y diagonal 74, por ejemplo) de los limpiavidrios y los cuidacoches. La ciudad profunda. A fuerza de chamuyos entrerrianos y épicos combates cuerpo a cuerpo (a pesar de su 1,60 y sus 50 kilitos) se ganó algunas "paradas" para vender mentitas o para limpiar vidrios en Plaza Moreno y 53, ahí por donde los platenses más piolas salen a hacer footing en las tardecitas primaverales para mirarle el culo a las estudiantes del interior que se preparan para recibir el verano más duritas, más bellas, más cautivantes. Cómo si hiciera falta, ¿no?
La cuestión es que la diagonal 80 tiene de todo: además de los comercios y del conservador diario El Día enclavado a tres cuadras de la Estación, que refulge con la grandilocuencia de esa edificación palaciega de fines del siglo XIX, fluye la "gente" por todos lados. Es que sobre la diagonal hay paradas de todos los micros. ¡Ay! el transporte público que tan mal funciona en la ciudad. Pero que, para muchos, es el único medio de transporte para volver a casa después del laburo, del colegio o después de la facu. También fluye la gente por la presencia inminente de la Estación de trenes. Hay mucha gente en diagonal 80.
Hay mucho "negro" en diagonal 80. Mucho "negro" que espera el bondi. Mucho "negro" que va para la Estación a tomar el tren.
Y, a veces, hay mucho milico sobre diagonal 80.
Como hoy a la 1 de la tarde, cuando salí del gimnasio y me choque con una de esas escenas que me dan asco: 4 policías en pose de maga-operativo rodeando a un pibe (no más de 20 años), con las motos y las bicis policiales apostadas cual vallas insondables. Me quedo observando, a unos estratégicos metros de distancia, para no asemejarme a esas viejas chotas que se paran en pose inquisidora, blandiendo no se cuantas consignas y cerrando con un "espero que no entre por una puerta y salga por la otra". Me quedo, entonces, observando el desenlace cantado, el que ya presencié 1 millón de veces: el pibe muestra los documentos y después se va, abochornado por lo pomposo del mega-operativo. Como cuando la policía da esos "golpes al narcotráfico" y revienta a algún punterito menor que tenía medio kilo de faso y una bolsa de merca.
El pibe, pantalones anchos y zapatillas faroleras y gorrito y tez morena, sigue camino para la Estación. Lo pararon por presunción de delincuencia debido a su fisonomía o a su ropa o a su manera de caminar o no se porque.
Cruzo la diagonal y me meto en la despensita. 150 de salame, le pido al despensero. Ya tenemos una mini relación: todos los días después del trabajo, cuando salgo a pasear con mi perro, me compro una Coca a eso de las 9 de la noche. A esa hora, ya está enrejado y te atiende por una ventanita. Pero como el tipo me tomó confianza ya me hace pasar, con perro y todo, y me cuenta alguna de las novedades del día. Mientras me corta el salame y discurre con alguna ocurrencia, otro cliente ocasional está hipnotizado con la tele, clavada en Canal Trece. El noticiero del mediodía está metido en una de esas operatas periodísticas de Clarín para hacer de lo cotidiano lo catastrófico. -Una barbaridad! Se indigna el cliente. El otro. Ese otro, por sus palabras, por su aspecto (y acá vienen mis prejuicios de burgués, no se vaya a creer!) por sus formas de expresión en un tipo clase media media, re-contra media. Un laburante, asumo que sin título universitario. Ese otro plantea el discurso de la "barbaridad", que es la extensión de la producción de sentido común de la industria periodística y cultural.
No me puedo quedar callado. Lo interpelo, con buena onda. Me cago de risa de TN y Clarín. Lo hago cómplice. "Es verdad", termina diciendo mi efímero compañero de compras. - Cuánto milico que hay en la calle, me tira. - Si, no? - Debe venir un político importante, y con eso cierra su razonamiento el amigo. Me voy pensando...
No camino más de 20 metros y, cuando enfilo para mi casa, otra vez la escenita representacional de la policía: esta vez, en la esquina de la iglesia. Son 5 policías, handy en mano como hablando con Stornelli (¿?¿?¿?¿?), ceño fruncido en ellos, las motos con las balizas encendidas, la gente (cientos de "gentes") pasa y mira. En el medio, dos tipos-demorados (no más de 30 años) de las mismas características del pibe anterior.
En esta ocasión no miro el desenlace. Me lo imagino. Lo intuyo.
Ya en la vereda de mi casa, casi entrando al edificio, los pibes que cuidan coches en la cuadra me tiran una mirada cómplice. Estos 2 "trapitos" -dixit Macri-, que están laburando cuando salgo la primera vez a la mañana cuando saco a Teo (mi perro), que siguen laburando cuando me voy al diario, que están todavía ahí cuando vuelvo, a las 9 de la noche, tienen algo para decir pero yo me adelanto. -Cómo estamos hoy! me anticipo y les tiro el pie. -Es la inseguridad! me devuelven la pared con calidad y con unas carcajadas.
Y sí. Es la inseguridad, estúpida!
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