domingo, 30 de mayo de 2010

BICENTENARIO: LA MUESTRA PALMARIA DE LA CAPACIDAD CUALITATIVA DEL ESTADO Y EL PUNTO DE INFLEXIÓN PARA EL CAMBIO COMUNICACIONAL




El Bicentenario, además de generar la movilización más grande de la historia argentina y de destrozar una de las verdades reveladas del dispositivo mediático (el antikirchnerismo sin retorno de la inmensa mayoría de "la gente") fue, esencialmente, una fiesta popular descomunal de una calidad artística extraordinaria y de un revisionismo histórico profundamente ligado al respeto y la reparación a los pueblos originarios, a la integración cultural, a los movimientos policlasistas nacionales y populares...una estrepitoso negación de la historia liberal, por primera vez desplazada de la tribuna inquisidora desde la cual usualmente vomitaban su relato hegemónico y miope de la historia.

A la vez, el Bicentenario sirvió para derribar un cliché neoliberal que se erigió como un parámetro irrefutable durante varias décadas: la incapacidad del Estado y de la TV (la cosa) pública para generar contenidos de calidad.

Pum! Bombazo directo al corazón del Grupo Clarín que, desconcertado, no tuvo más remedio que salirse de su lógica de invisibilización (tarea para el hogar: revisen cuanto espacio dedicó el diario en las tapas precedentes al viernes 21 acerca del Bicentenario. Sí, adivinaron: nada!) y de pronósticos apocalípticos (primero, especularon con que la respuesta popular sería raquítica; cuando la realidad demostró lo contrario, comenzaron  bombardear con el "caos" que generaba la masiva convocatoria) y sumarse al clima festivo (claro que siempre matizándolo con presunciones de inminentes catástrofes y con los intereses siempre espurios del gobierno nacional en torno al Bicentenario).

Pero el desconcierto de Clarinete no sólo anclaba en la masividad, en el clima de paz y armonía, sino en la capacidad cualitativa del gobierno nacional para generar un festejo de altísimo impacto estético y hondo contenido social-cultural-político-ideológico. 
Encima, Canal 7 se descolgó con una trasmisión francamente imponente: fueron 5 días de calidad televisiva macro, de demostración empírica del crecimiento exponencial que atraviesa la televisión pública: pocas veces la trasmisión de un evento de esta magnitud (pregunto si existió otro de este nivel en la historia de este país) pudo ser tan fiel para hilar el relato con lo que estaba sucediendo. La capacidad de transmitir sensaciones, colores, olores, gustos. La construcción mediática de esa realidad fue de una verosimilitud espeluznante. Lo comprobamos quienes tuvimos la suerte de, además de seguirlo por televisión, estar en el paseo del Bicentenario: lo que se comentaba desde la tele tenía íntima relación con lo que se vivía en la calle. La profunda calidad de la imagen, la fidelidad del sonido, el criterio de la dirección de los móviles, la cantidad y la calidad de los móviles, la conducción. Todo colaboró para expresar a la perfección no sólo el sentido y los parámetros del abordaje revisionista del Bicentenario, sino también la otra fiesta: la que armó/mos nosotros, "la gente". Y aquí sí me atrevo a usar esa entelequia mucha veces bastardeada: la gente. Es que fuimos nosotros, los que estuvimos ahí conviviendo con alegría y profundo disfrute, los que aportamos el tinte épico al Bicentenario. Seis millones de nosotros, que además fuimos fielmente reflejados por la pantalla de la televisión pública.

Así las cosas el armado, la puesta en escena y el desarrollo y la trasmisión de los festejos del Bicentenario marcaron otro hito en el nuevo paisaje comunicacional que se está construyendo y, a la vez, destrozó aquello de la incapacidad estatal para generar productos de calidad que, además, tengan penetración en el público. ESTA VEZ, no sólo tuvo penetración en el público. Porque penetración en el público tiene Susana Giménez, tiene Marcelo Tinelli, tenía Fútbol de Primera (hasta que se terminó la impunidad y el secuestro de los goles) ¿tiene? Mirtha Legrand o Jorge Rial. Ellos generan o generaron productos que producen un PÚBLICO CAUTIVO.
Como contrapartida, lo que generó el Bicentenario fueron LAZOS IDENTITARIOS POPULARES a través de contenidos de primerísima calidad. Y desde este hito es desde donde tenemos que dar la batalla comunicacional, desde estos parámetros tenemos que crear la vanguardia que guiará la nueva tele, la nueva radio, la nueva gráfica. Sirve para desmitificar y ratificar que hay material humano y recursos técnicos y tecnológicos para destronar a Clarín como el gran generador de contenidos. Porque, hay que decirlo, ellos han sabido lograr eso.

En los últimos meses se dio una discusión con algunos compañeros y con varios entrevistados en la radio acerca de la ley de medios y de su potencial para desentramar el actual status quo comunicacional. No hay dudas acerca del salto en cuanto a la democratización sobre el acceso, la producción y la distribución de los contenidos. El pero surgía cuando se analizaba la capacidad técnica, tecnológica y humana para destronar a los actuales líderes. Un argumento era la falta de figuras. Es decir: MirthaLegrand hace un programa súper pedorro con una mesa y cuatro sillas, un decorado que impacte en el mediopelo palermitano y a la mierda. Lo hace hace 40 años y, dicen, le va bien (yo lo pongo en duda y tengo la teoría que, como el diario El Día, que hace 15 años vendía 50 mil diarios y ahora vende 20 mil, Mirtha tiene una audiencia cautiva que va perdiendo integrantes, ¿no?). Me decían "no tenemos una Susana Giménez, un Tinelli" y eso incluía, también, las capacidades técnicas-tecnológicas de sus producciones.

Sin embargo, el Bicentenario marcó una clara disfunción en la lógica comunicacional actual: el Estado mostró su capacidad y generó contenidos de calidad que, además, lograron simbiosis popular no sólo en los 6 millones de personas que asistieron en los 5 días, sino también en los que participaron a través de la tele.
¿Cómo logró el Estado semejante calidad? Al margen del proceso de crecimiento de Canal 7 a través de la gestión de Tristán Bauer y el Sistema Nacional de Medios Públicos, la TV pública creció también gracias al aporte de productoras privadas como PPT. Lo mismo pasó con el Bicentenario: el Estado puso gran parte de los esfuerzos (el dinero claro, la logística también, pero además aportó ideas y la capacidad de convertirlas en productos tangibles de calidad) pero también existió el aporte inestimable de los privados (el ejemplo taxativo es el desfile de cierre: Fuerza Bruta y el Estado nacional se mixturaron para regalarnos un espectáculo glorioso).

Digo, HAY DEMASIADA CAPACIDAD en el Estado y en los sectores privados para lograr imprimirle un sello diferente a la comunicación que debemos crear.
Está bien, vamos a seguir conviviendo con Legrand, Rial y Tinelli. Pero no debemos resignarnos a que ellos sean lo que sigan resignificando y simbolizando el espacio mediático, que es una forma de conquista del espacio público. Durante décadas, la batalla semántica fue ganada por los discursos plenos de lógicas meramente comerciales y, desde allí, lanzaron la penetración cultural funcional a los intereses de las corporaciones.
El Bicentenario fue una muestra palmaria de la potencia del Estado como generador de contenidos de calidad. La réplica de eso en los sectores privados también es posible. Con esos dos actores, más la potencia y creatividad de las bases comunicacionales (y la legislación, que es la ley de medios), el cambio está al alcance de la mano. Vayamos por eso. 

No hay comentarios: