martes, 27 de octubre de 2009

Señales Populares


Hace ya muchos años, en un muro del suburbio porteño, apareció una enseñanza que no ofrecen los textos escolares. Escrita seguramente por algún militante que no había cursado sociología pero había aprendido mucho en el libro de la vida, la frase estaba allí, en trazo de apurón y letra desmañada: «El Pueblo siempre vuelve».

Después, con el correr de los tiempos, encontré una carta de Mitre a su vicepresidente donde le recriminaba cómo era posible que «todos dicen haber derrotado a Felipe Varela» pero reaparece «de nuevo, con su ejército de ochocientos hombres, que siempre tuvo». Es decir, se reconstruía después de las derrotas y fantasmalmente volvía a cabalgar por su «Unión Americana » cuando todos lo suponían vencido y sin fuerzas. En cartas de Sarmiento, también perplejo por la resurrección de las fuerzas populares que creía sepultadas, puede leerse: «Son las fuerzas íntimas del alma vieja de la América... es el partido de descendientes de indios que combatí toda mi vida». Son otra vez «los negros» -diría con un mohín de desagrado una señora del Barrio Norte- espantada por lo que decíamos al principio: «El Pueblo siempre vuelve». Son los «de ojos aindiados, pómulos salientes y manos de piedra», escapados de los cuadros de Carpani -por aquello de que la naturaleza imita al arte, según la paradoja de Oscar Wilde- esos que tienen la salud mental de quien se preocupa más por ver fútbol que por los programas de los empleados de Clarín. Así ha corrido la historia argentina, cuando el yrigoyenismo en decadencia renació en FORJA, cuando el peronismo derrocado en 1955, proscripto y hasta impedido de «cantar la marchita», recuperó las calles en los setenta. Así parece ocurrir ahora, cuando después de la muerte de Perón, de las brujerías asesinas de López Rega, después de tanto dirigente alvearizado y del vaciamiento que el peronismo sufrió a manos del menemismo, parecía que este movimiento nacional moría irremisiblemente. Así lo esperaba y lo había augurado la izquierda abstracta tantas veces en la certeza de que su hora triunfal se aproximaba, esa izquierda que aún no se enteró de que Marx felicitó al burgués Lincoln por su victoria en la guerra y que Trotsky apoyó al populista Lázaro Cárdenas, cuando Méjico enfrentó a los trusts petroleros.

Por eso ocurre ahora que el peronismo, el movimiento nacional o el frente nacional, en fin, el Pueblo, siempre vuelve, hoy bajo la forma de kirchnerismo, con sus virtudes y sus defectos, como esos ríos que bajan de la montaña arrastrando oro y barro al mismo tiempo, porque «tenemos abismos porque también tenemos cumbres», como decía el viejo Jauretche, un populista sin remedio, como quizás nos diga la profesora Beatriz Sarlo cualquiera de estos días desde las columnas de «La Nación».

Como ya lo habrá advertido el lector, nos referimos a esta imprevista contraofensiva del kirchnerismo después de las elecciones del 28 de junio. De ellas emergió una derecha ensoberbecida, restregándose las manos y paladeando ya su regreso en el 2011, con el retorno de los «buenos modales» y el «consenso», «la ética» y «el prolijo funcionamiento de las instituciones », y la resignación de los trabajadores a rendir plusvalías cada vez más jugosas sin reclamar convenios y otras reivindicaciones «despreciables». Ya se preparaban a comer a dos carrillos y Biolcatti viajaba exultante recorriendo sus campos con sus tres aviones, mientras Marianito le hacía un guiño a Cobos y De Angelis se creía un poderoso Mussolini entrerriano, mientras la Dra. Carrió suponía que por fin regresarían «los tiempos de la república» (para pocos), como en los treinta, y Macri creía que el país era tan fácilmente consumible como el club Boca Juniors. Se habló entonces con fervor del poskirchnerismo, que «un ciclo estaba concluido», que todo regresaría a la primavera del 55’ cuando asumió Aramburu dispuesto a fusilar a los díscolos y a incorporarnos al F.M.I., o mejor aún, al 3 de junio de 1943, pues para eso hasta podía disponerse de los descendientes de Pinedo y de Bullrich. Pero en dos meses ese ensueño de la restauración conservadora, como bien lo calificó Carta Abierta, ha comenzado alejarse y difuminarse en el horizonte. Parece cosa de magia negra: cuanto más se envalentona el gorilismo y confía en que destruirá al peronismo para siempre, lo mejor de éste resurge y da batalla, confirmando el aserto popular de que, como los gatos, los movimientos nacionales tienen siete vidas. Entonces, retoma la iniciativa y consigue ganar la disputa parlamentaria por la renovación de poderes, le mete un golazo al monopolio, de media cancha, con «el fútbol para todos » y ahora avanza con la ley para democratizar los servicios de medios audiovisuales. Hasta consigue que los «progresistas» honestos se pongan de su lado.

¡Esto es un escándalo!, braman los dirigentes reaccionarios. Macri ya no salta un charco como en aquella campaña electoral, sino que vuela por el cielo de la historia y aterriza en 1945 para proclamar: «Este gobierno es fascista», mientras Morales, más cauto, dice que «es cuasifascista». Silvana Giudici se agarra la cabeza desesperada e invoca a los manes de Alvear para que la ayuden a destruir al monstruo. El elenco estable de periodistas que han vendido su alma al diablo se exasperan y ya no se preocupan por simular cierta objetividad, sino que estallan en furibundos discursos opositores para ofrecer un panorama de tragedia, sangre y corrupción, donde el dengue, la sequía y la crisis mundial son culpa de Cristina Kirchner. El vicepresidente, a su vez, desde el huerto de los Olivos, ahonda su traición al mandato popular y se desespera para ocupar espacios porque el futuro tan luminoso que atisbaba se le está ensombreciendo.

Así estamos. El peronismo siempre fue un quebradero de cabeza para los intelectuales de la Argentina y los investigadores extranjeros, pero el kirchnerismo los deja aún más perplejos. Cuanto más débil, más audaz. Cuanto más golpeado, mejor se yergue y avanza. Cacheteado en las últimas elecciones, no se repliega sino que profundiza. Atónitos ante el Lázaro que se echa andar cuando ya lo suponían muerto, los opositores no esgrimen proyecto alguno y sólo revuelven la basura para encontrar algún hecho de corrupción capaz de indignar a la clase media que, según ella dice, abona impuestos sin evasión alguna. La Dra. Carrió -para su familia y para «los medios» que instalan relaciones cariñosas con sus amigos, será Lilita; para nosotros, la Dra. Carrió- ha enmudecido. Carece de discurso y no se sabe dónde anda, si visitando a alguna bruja que la provea de nuevas profecías o recriminándole al ratón Mickey que no la asesoró bien en su viaje a Disneylandia. Quedó en silencio la Doctora, mientras continúa expulsando dirigentes y dejó como recuerdo su última y profunda reflexión: «Si es necesario estar con Clarín, para defender la libertad de prensa, estaremos con Clarín», es decir, defendiendo la libertad de prensa de Clarín, que es la negación de la libertad de prensa para el pueblo argentino. ¿Todavía no leyó a Alberdi, Doctora? «Nadie más a favor de la libertad que el tirano, sólo que la quiere exclusivamente para él y no para los demás», dijo el tucumano faltando sólo agregarle que así proceden también los monopolios. Porque la libertad tiene un contenido de clase, como el odio, sobre el cual ahora se escandalizan, incriminándolo al compañero Luis D’Elía, cuando la historia de la oligarquía es precisamente la historia de odio al pueblo, como cuando Sarmiento decía «Odio a la barbarie», nada que ver con San Martín diciendo «Odio todo lo que es lujo y aristocracia». Pero no vale la pena ensañarse con la Doctora cuanto asistimos a la degradación de la mayor parte del periodismo, todos buenos muchachos que se nos meten en casa a la hora de la cena poseídos por el alma del millonario De Narváez y de Mauricio Macri, vociferando contra «la ley de medios» que molesta a sus patrones. ¡Y qué decir de las lecciones de ética de la senadora Estenssoro, ética que no practicaba cuando su papá se fijó, Carlitos Menem mediante, casi un millón de dólares mensuales de honorarios como interventor de YPF!

Frente a esa dirigencia opositora agotada, el kirchnerismo ha pasado a la ofensiva. ¡Bien por el kirchnerismo! Celebremos su audacia y exijámosle consecuencia: ahora es preciso ir por la reforma tributaria, gravar las renta financiera y mañana habrá que ir por las telefónicas, el petróleo y las mineras. Seguir profundizando. Como decíamos ayer, recordando a Manuel Ugarte: nada más peligroso que los cambios a medias.

Pero también decíamos ayer y ahora lo reiteramos con más fuerza: hay que formar cuadros, nuclear militantes, quebrar la fragmentación del campo popular, ganar la calle, refutar en los barrios el discurso mentiroso y añejo de los Aguinis y los Nelson Castro. Para ello es preciso abrir locales y más locales, movilizar al pueblo, multiplicar las FM y los periódicos barriales. Muy valioso declarar el 2009 como año de Scalabrini Ortiz, pero no es suficiente si no enseñamos en las escuelas quién era Scalabrini Ortiz, su lucha por la liberación nacional y su compromiso con el pueblo. Asimismo, podrá ser importante que Néstor Kirchner se reúna con los intendentes, pero para avanzar en las transformaciones es preciso que los intendentes sientan la presión desde abajo de las sociedades de fomento, los centros culturales, las unidades básicas. Y hay que hacerlo desde ahora, mientras la oposición se encuentra ajena a los grandes problemas del país y sólo se preocupa de intentar desgastar con denuncias de autoritarismo, chavismo y fidelismo, en plena demagogia hacia un gran sector de la clase media azonzado por «los medios », la escuela colonizada y los intelectuales serviles.

Ese pueblo que siempre vuelve, movilizado en las calles tras un proyecto de transformaciones profundas, es la única garantía para lograr una Argentina liberada y justa, en camino hacia la Patria Grande Latinoamericana.

NORBERTO GALASSO

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