La Selección Argentina consiguió ante Corea del Sur su séptimo triunfo consecutivo en un 2010 perfecto (ganó todo lo que jugó entre amistosos y Mundial) y estiró así hasta 8 su invicto en partidos por copa del mundo (la derrota más cercana es el 0-1 ante Inglaterra en 2002) con los siguientes nombres: Romero; Gutiérrez, Demichelis, Samuel (Burdisso), Heinze; Maxi (en lugar del lesionado Verón), Mascherano, Di María; Messi, Tévez, Higuaín.
El 14 de octubre del año pasado, el equipo de Maradona le puso punto final a su tortuoso camino en las Eliminatorias con el triunfo 1 a 0 sobre Uruguay en el Centenario y, orgiástica dedicatoria de un Diego muy lúcido de por medio, consumó el coito iniciático que le dio vida a esta creación maradoniana que asoma como uno de los equipos más fuertes de la competencia: Romero, Otamendi, Demichelis, Schiavi, Heinze; Jonás, Masche, Verón, Angelito Tiki Tiki; Messi y el Pepita (sic).
Ocho de los once que participaron del Pasmanaso sexual montevideano siguen siendo titulares indiscutidos de un equipo que, a contrapelo de lo que sucedía 8 meses atrás, recibe más elogios que críticas.
No es, entonces, una cuestión de nombres: Maradona bancó a sus lugartenientes a pesar de las críticas despiadadas (Heinze es el ejemplo taxativo) y le dio rodaje a las apuestas no especulativas que realizó, como Romero o Gutiérrez.
La clave del paulatino aunque (parece) inexorable camino que recorre la Selección para convertirse en un serio candidato a campeón mundial (además de la miserable imagen que por ahora generaron el resto de los encumbrados) es la inyeccción íntima que recibió el grupo de la concepción maradoniana del Mundial.
Ni el pasaje del sistema 4-4-2 del que el DT parecía enamorado al esquema 4-3-3 para darle lugar a Tévez entre los titulares, ni el cambio de la joggineta del conurbano por el impecable traje palermitano.
El hecho maldito que posibilita el atragantamiento de los profetas del desastre es la capacidad del DT para imprimirle a su grupo de compañeros (parece que, en cierta dimensión, así plantea la relación con sus dirigidos) una impronta maradoniana: esa cosmovisión futbolera que parte desde la cohesión fulminante del grupo humano, de la armonización de las relaciones internas en pos de un objetivo superador. Logró Maradona, o al menos eso parece, que estos millonarios rutilantes de extremada capacidad futbolística entiendan que la eternidad no se logra en Barcelona, Manchester o Milán, sino en este tercermundista puntito del hemisferio sur (ay! somos tan parecidos a Sudáfrica) defendiendo una camiseta celeste y blanca con sudor, sangre y juego.
Maradona, con inteligencia de orfebre, moldeó un grupo a su medida futbolística y también desde el aspecto humano: nadie en su sano juicio futbolístico podría optar por Garcé en lugar de Zanetti.
Pero, aunque parezca una paradoja, no todo es fútbol en el Mundial.
Maradona y su grupo de trabajo tienen, hasta el momento, la capacidad de discernir entre lo principal y lo accesorio. Por eso, la preparación previa en Ezeiza y en Pretoria se basó en conformar un grupo espiritualmente fuerte, conceptualmente unido, futbolísticamente parejo y afirmado en 3 o 4 consignas básicas y físicamente relajado y no abarrotado.
Además, y a pesar de las siestas interminables de Maradona que no permitían trabajar seriamente (¿?) 3 de los 5 goles llegaron por el trabajo de laboratorio. Si se trabaja mucho y bien y encima hay convencimiento y compromiso ¿cuántos destinos posibles hay?
(http://www.elargentino.com/nota-95621-medios-122-La-busqueda-de-la-eternidad-segun-el-concepto-maradoniano-del-Mundial.html)
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