sábado, 17 de abril de 2010

EDITORIAL



Víctor Hugo Morales afirmó, durante la charla que brindó el miércoles pasado en el teatro argentino de La Plata, que la ley de servicios de comunicación audiovisual había cambiado para siempre la sociedad.


Argumentó que la nueva ley posibilitó que una gran parte del espectro social haya modificado para siempre, y de modo sustancial, su postura frente a los discursos hegemónicos.

Es verdad lo que afirmó Víctor Hugo. La nueva ley de medios audiovisuales marcó un salto de calidad en cuanto a legislación social y, además, marcó un hito político.

El kirchnerismo, por capacidad y fuerza política posibilitó la realización de lo que había sido, desde el regreso de la democracia, una quimera.

La asignación universal, la re estatización de las jubilaciones, la ley de movilidad jubilatoria, las paritarias obligatorias, el futbol para todos, son medidas que junto a la ley de medios fueron conformando un cambio de paradigma de época.

El piso de la conciencia social, cultural y política se elevó notablemente.

Sin embargo, el techo continúa oprimiendo e imposibilitando nuestro desarrollo colectivo hacia una sociedad vanguardista.

Las razones son muchas. Una multiplicidad de factores conspira contra lo que, a esta altura, es una necesidad sostenida y empujada por el campo popular todo. El andamiaje general en donde se asienta nuestro sistema de saberes, creencias, información, opinión, gestión pública y educación fue corroído durante décadas por la desidia, la incapacidad y la diatriba neoliberal.

La judicialización de la ley de medios, que gracias a los resortes procesistas dilata e impide el desarrollo de la ley; y la chatura política que, con estrépito, explicita la clase dirigente, son ejemplos de aquello del techo apenas por encima de la cabeza.

El oficialismo, a pesar de sus logros notables y sus desaciertos flagrantes, y el heterogéneo arco opositor, en consonancia con su demostrada inestabilidad emocional y su incapacidad política, están embarrados en una disputa parlamentaria de suma cero.

De la capacidad de los dirigentes para superar una forma de hacer política que tiene su acta de defunción en diciembre de 2001, depende una buena parte de las aspiraciones colectivas de superación.

Y otra buena parte depende del colectivo social, del espectro civil. Ahora disponemos de una nueva ley que democratizará el acceso al consumo y a la producción de información, y también de un gobierno que, aún con falencias notables, fogoneó saltos cualitativos esenciales para cambiar algunos de los más rancios paradigmas de penetración cultural.

En ese contexto, nuestra labor es desprendernos de las ataduras opresivas del gran relato profético que, con siniestra sagacidad, urdieron los medios hegemónicos y los poderes fácticos. Digo, dejar de impresionarnos por las formas; dejar de horrorizarnos por expresiones liberadores; dejar de rasgarnos las vestiduras por una palabra o un pensamiento incómodo. En lugar de todo eso, quizás podríamos comenzar a desentramar cuales son los mecanismos de poder real que posibilitaron la desigualdad, la exclusión y la colonización de nuestras conciencias.




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