lunes, 2 de agosto de 2010

MISTERIO TREMENDO: OPIO PA LOS TOLOSANOS

Esta historia nos llegó esta mañana, por mail, firmada por el mítico Múffer, un vecino de Tolosa que dejó de verse por las calles tolosanas hace muchos años. Comentan los pendeviejos del rioba que se extrañan sus jeans rotos y zapas de lona agujereadas; esas chapas largas, doradas y enruladas dejaron de verse flotar al viento cuando los redó se separaron. Algunos viejos de Toulouse dicen que lo vieron por El Peligro, otros por Villa Argüello… pero nadie sabe a ciencia cierta donde reside en la actualidad este adicto a los parisienes de entre treinta y cuarenta abriles. Su paradero es un misterio, pero no su fina pluma de yeca, que deja sentada acá abajo la lírica más clásica del cuadrado con diagonales.


FITO DE TOLOSA

Fito era el Rey del barrio de Tolosa, un rey de cartón, un rey de ensueño. Un viejo sin historia y sin pasado. Un loco lindo golpeado vaya saber por que penurias, que encontró un refugio en su locura y su enorme silencio.


Así era Fito, un viejo chiquito simpático y cariñoso, con la sonrisa como única respuesta cuando oía gritar su nombre desde algún auto o bicicleta.


La sonrisa siempre, pero siempre eh… y la mirada rara, sin bronca, cuando los chicos lo cargaban o le tiraban piedras… la mirada rara de aquel que no entiende.


Nunca le conocí la voz. Recuerdo verlo envidioso desde mi ventana, como en las tardes de lluvia se divertía pisoteando charcos o buscando ranas en las zanjas que acordonaban la calle antes de que llegara el asfalto. Recuerdo haberlo visto en la panadería mangueando el pan viejo para alimentar a su infinito ejército de gorriones.


Fito era de Tolosa, no le conocimos casa. Fito era de ahí, de la avenida 13 y dormía donde lo sorprendía el sueño con su frazadita marrón que rara vez le llegaba a cubrir los pies sin importar si sobre su cabeza lo espiaban el sol o las estrellas.


“Fito es buenazo” repetían las viejas del barrio a las que solía ayudar con las bolsas pesadas a la salida del mercadito de 32. Siempre ligaba algunas monedas por la “gauchada” que le estiraban la sonrisa y le inflaban el pecho. Con esas chirolas mantenía su único vicio, echar humo de sus Particulares 30 sentadito en la esquina.


Comida nunca aceptaba, alguna pilcha si, pero comida no. “El viejo es orgulloso” decían algunos. Hoy ya de grande creo que era más bien vergüenza.


Fito era un poco de todos y cuando pasaban algunos días sin verlo barrer el cordón de la vereda, mi abuelo se daba una vuelta por la comisaría y ahí lo encontraba. “Esta preso por vagancia” decían los de azul, excusa perfecta para sacarle los zapatos, raparlo y encerrarlo.


Causa que mi abuelo hacía desaparecer a cambio de un paquete de yerba.


Fito salía de la taquería por la puerta grande y de la mano de mi abuelo como un chico, en la vereda respiraba hondo el aire de su barrio con la sonrisa mas grande, la de sentirse libre.


Un día se fue, no lo vimos más. Dicen que el invierno del 84 le gano la partida... puede ser.


Aunque prefiero pensar que Fito se fue. Que se cansó de las burlas de los pibes, del rocío de la mañana, del canto de las chicharras, del sol, del viento y que se fue feliz.


Yo creo en el fondo que él si lo logro.


Nunca le conocí la voz, pero aun guardo para mí esa sonrisa grandota.



El Muffer

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