El trueque.
Todavía estaba mi abuela y el calor húmedo y pegajoso del verano atávico de Entre Rios no daba respiro. Trabajar en construcción es bien sacrificado: las espaldas cargan kilos y años de sol que cincelan los músculos pero que, a la vez, resquebrajan voluntades. Pero, en ese verano húmedo y pegajoso como todos los veranos entrerrianos, el trabajo era una entelequia; un deseo casi utópico: despertarse a las 6 AM con 30º para volverse a las 16 con 40º se extrañaba como se extrañan las buenas noches de cerveza y sexo casual y madrugadas espesas entre sábanas baratas mojadas.
Hasta los Federales, la cuasi moneda de Entre Rios, eran escasos en esa casa grande en la esquina de Henry y Artigas. Los Federales, papeles con los que los dueños de la ciudad hicieron negocios inmejorables: ponele que un Federal te lo tomaban a 0,75 centavos. Ellos después los cambiaban 1 a 1. En la voz de un ex Presidente interino sonaría algo como "El que tenía federales, recibirá pesos, si es pobre; el que tenía federales, recibirá pesos en igual proporción, si es poderoso."
Heraldo siempre tenía 3 federales. Ni uno más. Ni uno menos. Comía milanesas de soja todos los días Heraldo, o alguna tarta de boga cuando el padre pescaba algo. El padre de Heraldo había sido un empleado estatal pero en ese momento vivía del tráfico ilegal en escala insignificante: viajaba a la triple frontera y traía 100 pesos en mercadería (ropa) y luego la vendía en CdelU. Heraldo había sido un proyecto de excelente futbolista. Jugó en la inferiores de Ferro, cuando Ferro todavía conservaba algo de lo que lo había convertido en un club modelo en la década del ochenta: vivía en un departamento con 4 pibes más; un depto. que pagaba el representante de Heraldo que, obvio, era el representante de los otros tres. Pero se volvió a Entre Rios Heraldo, y se dedicó a otras cosas. Empezó a fumar cuando decidimos que salir en CdelU no era para nosotros: para ir a los boliches más copados no nos daba la plata o no nos sentíamos parte o no se que mierda era, pero empezamos a ir a Villa Elisa. Villas Elisa es un pueblito de gringos; en realidad, es una colonia de alemanes que viven del campo. Por lo tanto, había pendejas que se partían de buenas y que no representaban una vara tan alta como las chetas de CdelU. Por eso íbamos: por las pibas, porque tenían un boliche que estaba bueno y porque, en Villa Elisa, un pibe de CdelU era como un porteño en el interior: un ganador. Al menos, esa era la postura. Por eso, un día, nos corrieron a los palazos los gringos. Nos cagaron a piedrazos el micro desvencijado en el que íbamos por 2 pesos ó 3 federales. Nos escoltó la policía. No volvimos más. La cuestión es que ahí fue cuando Heraldo empezó a fumar, en el viaje interminable de CdelU a Villa Elisa: para hacer esos 50 kilómetros el colectivo hecho mierda, sin luces (tener en cuenta que iba por un camino alternativo, de tierra, porque no tenía habilitación y, de paso, para juntar gente en los pueblos que quedaban en el camino) tardaba 2 horas y media. Tiempo suficiente para el Fernola, el champán cordobés, para el tinto con fanta, para el faso. Ahí empezó Heraldo... y terminó su carrera que nunca empezó.
Heraldo es, para mí, la imagen más vívida del trueque y de esos 2 veranos deplorables que marcaron algo muy profundo en mucho de nosotros. Creo que era la certeza fulminante de no reconocerse, el dolor de ya no ser: ya no ser clase media; no tener asegurada las 4 comidas diarias; no saber que había en el futuro, salvo incertidumbre; salir del secundario y verse anquilosado en una ciudad que no ofrecía posibilidades; ver como tu casa, la que había construido tu abuelo, se iba arrumbando porque no había un Federal para mantenerla. El trueque: preparar una pizzas caseras, juntando la plata necesaria con otro familia, para ir al club Rivadavia para canjearlas por algún elemento de primera necesidad que hacía falta. El trueque, extrapolar una situación que se remonta a épocas en que la civilización comenzaba a tener necesidades para traerla a esta (esa, esos veranos atávicos pero diferentes de CdelU) donde las necesidades eran apremiantes, desacopladas de la época histórica...o mejor: inmanentes a una época a punto de estallar.
Hoy, aquello me despierta nostalgia: loco ¿no? En aquel tiempo, hubiese dado mi vida por ver futuro; por ver, como si fuera un maping 3D proyectado en el frente de mi casa, algo bueno en los años que iban a venir. Hoy pienso a aquellos días como una experiencia necesaria, mientras veo a la Presidenta anunciar que los jubilados (mi abuela ya no está, mi abuelo ya no estaba desde antes, no vivió para ver el derrumbe del neoliberalismo salvaje contra el que puteaba) van a cobrar, en diciembre, un bono de 500 pesos para pasar mejor la Fiestas. Ese anuncio me dispara hacia atrás: jamás hubiese pensado que, en esos veranos atávicos pero diferentes de CdelU, saber que 4 millones de tipos y tipas iban a recibir 500 mangos y yo NO, me hubiese puesto tan contento.
3 comentarios:
Me hiciste emocionar. A mi me pasa algo parecido cuando viene una buena, hago retrospectiva a esa época. Ojo, nunca me falto para comer, pero si andabamos ajustados con la flia. Pero siempre cuento y remarco como estaba mi localidad, Longchamps. A 30 km de capital, la mayoría toma el tren o colectivo y va a laburar para la urbe mayor. Mucho laburante, personal de servicio, mucho tipo con la mochila para darse una ducha al terminar la jornada en la fábrica y volverse. Y bueno, relatar esos días, donde los trenes volvían semivacios, duele recordar. Y si la mayoría nadaba sin laburo, los comercios estaban vacios. Y si los comercios estaban vacios, la localidad estaba media muerta. Esas imágenes no se me borran más. Y repito, tenía para comer, pero veía como amigos o conocidos estaban mal y uno no podía ser ajeno. Eran tiempos de incertidumbre, como carajo pensabamos que ibamos a volver a estar bien?
Hoy los trenes estan llenos a toda hora, los comercios atiborrados de gente, el intendente mejoró mucho la zona de la estación, iluminación, pavimento, arboles, veredas. Los comerciantes mejoraron sus locales, muchas personas arrelgaron sus casas, las agrandaron... todo fue mejorando. hoy al costado de la ruta se multiplican y construyen locales, se ven los ya ocupados con autos estacionados en la puerta... el parque industrial de la rotonda ha crecido enormemente.
Como dijo Cristina, que todavía falta? seguro que sí. Pero ESTE ES EL CAMINO.
Estar cada día un poco mejor.
Y si, es para ponerse contento la suma fija a los jubilados. A mi también me gustaría que fuera el 82% móvil. Y el 82% móvil de $3000, no del salario mínimo actual. Pero si uno se acuerda donde estabamos y donde estamos, esta bien ver el vaso medio lleno. Ayer teníamos los sueños rotos y las esperanzas perdidas. Hoy estamos dando la pelea para seguir mejorando.
Que buen artículo, amigo. Calculo que no te enojarás si lo utilizo en mi blog, ya que expresa con justeza de palabras las mismas sensaciones y sentimientos que me producen este tipo de anuncios de parte de nuestra Presidenta. Recién estoy comenzando en esto de las redes sociales y trato de levantar aquellas cosas que me resulatan importantes y que ayudan a reflexionar por un mejor país.Cuando quieras te invito a pegarte una vuelta por http://barbarienenalpargatas.blogspot.com y me digas que te parece.
Un abrazo.
Javier usá cualquier cosa que necesites de este blog. Está para eso. Gracias por el elogio.
Marcelo: vos me hiciste emocionar a mi.
Un abrazo!
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